Los signos de la salvación...
Queridos amigos:
1. ¿ES JESÚS EL QUE PUEDE
SALVARNOS, O DEBEMOS ESPERAR A OTRO?... Vemos que se desmorona la
cultura occidental y cristiana. Pacientemente, y con el testimonio y la
palabra de los cristianos, se pasó de una cultura pagana a una sociedad
construida desde la fe, a una cultura cristiana, en la que brillaron
valores como la familia, el respeto por la vida, el valor de la virtud,
todo lo que heredamos de nuestros padres. Hoy, si leyéramos los
titulares de los periódicos, o miráramos un poco de televisión,
veríamos que todo eso parece deshacerse a pedazos. Quedan
los crucifijos, al menos en algunos lugares, aunque no sabemos por
cuanto tiempo más (en los hospitales, en las aulas, en los despachos de
los Jueces y de los gobernantes, en las oficinas de los empresarios),
pero la fe parece estar casi siempre ausente de muchos de esos
lugares...
Nuestras propias expectativas personales
pueden verse frustradas. Quizás hemos apostado a ser buenos, creyentes,
piadosos, bondadosos, y quizás nos parece que les va mejor a los que
tomaron el camino opuesto. Por el camino que hemos elegido, hemos
terminado siendo pobres, quizás amargados, frustrados en nuestras
aspiraciones, tristes, olvidados de los que tendrían que ver nuestros
méritos, y, aunque no nos aplaudieran, al menos deberían ocuparse de
felicitarnos o darnos algunas palmeadas en el hombro...
2. JESÚS NOS MUESTRA DÓNDE
ESTÁN LOS SIGNOS DE LA SALVACIÓN QUE ÉL NOS TRAE... Hoy, como en
tiempos de Jesús, hay ciegos que comienzan a ver,
paralíticos que alcanzan a caminar, sordos que pueden oír y leprosos
que quedan purificados: a cada uno le llega en el momento oportuno (que
no siempre es el que nosotros consideramos según nuestra limitada forma
de ver las cosas) lo que le hace falta, porque Dios siempre actúa con
misericordia. Esto sucede a través de muchas personas que, movidos por
la fe y por el amor de Dios, prestan sus ojos, sus manos, y sus pies a
los que los tienen enfermos, ponen su tiempos, sus oídos y su corazón
al servicio de los demás. Pero la salvación que nos trae Jesús va aún
más a fondo. Los muertos resucitan, porque Jesús murió y resucitó para
salvarnos, y la Buena Noticia es anunciada a los pobres, que esperan de
Dios la salvación. Por eso, la salvación que nos trae Jesús nace en los
tiernos maderos del Pesebre pero madura en los esforzados maderos de la
Cruz...
Jesús vino, en Belén, para sanar
nuestros corazones y volverlos
hacia Dios. De esta manera, nos ha acercado entre nosotros, y nos ha
enseñado a vivir como hermanos. No hace lo que a nosotros nos toca,
pero nos muestra cómo hacerlo. Jesús no vino a enseñar economía (aunque
con sus Palabras nos da la clave para hacer una economía más humana,
que ponga a cada hombre, y no lo que hace o produce, en el centro de
nuestras preocupaciones). Jesús no vino a organizar los partidos
políticos (aunque su enseñanza es clave para quien quiera ser un buen
político, que haga de su tarea un servicio útil para los demás). Jesús
no vino para dirigir los equipos de fútbol para que puedan ser
campeones (aunque su Palabra es clave, para hacer del deporte una
actividad sana, que lleve al encuentro y a la fraternidad). Jesús no
nos dejó un manual con todas las indicaciones para organizar un Hogar
de Ancianos como una casa donde sus residentes vivan sus últimos días
en un clima de familia lleno de alegría y de amor, pero los santos,
como la Beata Juana Jugan, viviendo con intensidad su fe,
han aprendido a hacerlo a la luz del Evangelio. Y lo mismo podríamos
encontrar revisando todas y cada una de nuestras actividades
habituales. En cada una de ellas, tomarse en serio el Evangelio y
decidirse a vivirlo con integridad transforma nuestra vida, a la luz
del Pesebre y de la Cruz que llevan al Cielo...
3. JESÚS ES NUESTRA SALVACIÓN, Y YA VIENE. ESPERÉMOSLO
BIEN DESPIERTOS... Jesús ya viene, pero no podemos sentarnos a
esperarlo de brazos cruzados. Necesitamos, en cambio, estar bien
despiertos y con las puertas del corazón abiertas, en vigilante espera,
de pie. No alcanza el "marco externo" de fiesta que tienen estos días,
que podríamos imaginar representado por el establo. Tampoco alcanza
sólo el Pesebre que podemos hacer en nuestro corazón para recibirlo a
Jesús. Además es necesario que comprometamos nuestras manos, como
símbolo de todo nuestro ser, para estar despiertos y activos, como San
José junto al Pesebre. Tenemos que estar dispuestos a aceptar sus
signos de la salvación, como San Juan el Bautista en la cárcel, en vez
de exigir los que nosotros queremos. Tenemos que estar despiertos y
prestar nuestros ojos para que los ciegos vean, nuestras piernas para
que los paralíticos caminen, nuestros oídos para que los sordos oigan,
dispuestos a vivir para los demás, y recuperar de este modo a Dios,
Padre de todos, y fuente de la salvación para todos los que la quieren
recibir...