Por la fe...
Queridos amigos:
1. POR MÁS QUE SE QUIERA, ESTA
VIDA NO PUEDE DURAR PARA SIEMPRE... Cuando fue elegido Papa, Juan Pablo
II era joven (58 años), fuerte, de buena salud y deportista. Ayer,
cuando acababan sus días sobre la tierra, nada quedaba de su juventud,
su fortaleza y su buena salud. Pero su fe, que llevó a los Cardenales a
elegirlo, seguía intacta, crecida y probada en la cruz su fe. Sin
embargo, aunque para todos se hizo evidente sus días en la tierra
llegaban a su fin, quizás hubiéramos querido que se quedara un tiempo
más entre nosotros, aunque más no fuera para postergar la despedida...
Desde el inicio también comprendió que la
Palabra de Jesús, de la que había sido constituido primer testigo
custodio y mensajero, debía llevarse al mundo con las palabras y los
hechos. Y así como su testimonio final e inolvidable será siempre la
docilidad y fidelidad a Dios con las que se asumió todas las
limitaciones que le fue imponiendo su enfermedad, desde el primer día
de sus celebraciones públicas se ocupó de tener en las primeras filas a
los enfermos, a los que atendió con especial solicitud, como el mismo
Jesús nos enseñó a hacerlo...
La fortaleza del Papa provino siempre de la
misma fuente: el mismo Jesús. Y así como Jesús nos redimió desde la
Cruz, que fue su camino a la Resurrección que hoy celebramos en el
octavo día de la Pascua, fue en la Cruz, presente de múltiples formas a
lo largo de toda su vida y especialmente de su ministerio como Vicario
de Cristo en la tierra, donde se apoyó Juan Pablo II para ser testigo
fiel del misterio de la fe. En la Cruz encontró su fuerza, porque en
ella siempre estuvo Jesús, como lo está también para nosotros, para
sostenernos...
Ese mismo Jesús que Juan Pablo II encontraba
en la Cruz, era todos los días su alimento. Ayer mismo, poco antes de
su muerte, su fiel Secretario desde que era Arzobispo de Cracovia,
celebró para él la Misa a los pies de su lecho de enfermo, y le dio la
comunión (la Misa comenzó a las 20 hora de Roma, y el Papa murió a las
21:37 horas). No deja de ser significativo que este Papa nos haya
dejado una herencia en marcha, el año eucarístico iniciado en octubre
del año pasado, y que se extenderá hasta octubre de este año. En este
Sacramento, que es la presencia misma de Jesús entre nosotros, fue
siempre su alimento, como la presencia de Jesús lo es para todos
nosotros...
Su tarea fue mucha. La cantidad de viajes
(más de un millón de kilómetros, como si hubiera viajado todos los
días, desde que inició su ministerio, más de 120 Kilómetros por día,
sin descansar uno solo), la cantidad de pronunciamientos doctrinales y
disciplinares, la cantidad de Obispos nombrados (al menos 3500 de los
actuales 4200 que hay en el mundo, uno cada menos de tres días de su
pontificado) y de cardenales (232; de los 117 que en pocos días más
estarán nombrando su sucesor sólo tres no fueron nombrados por él), son
apenas algunas huellas de su dedicación, infatigable, a todas las
tareas que pesaban sobre sus hombros.
2. SÓLO LA VIDA, LA ALEGRÍA Y LA PAZ QUE DA
JESÚS DURAN PARA SIEMPRE... Dios nos ha hecho para la paz y para la
alegría sin límites, y ha sembrado en nosotros una vocación de
eternidad. Nos ha llamado a vivir con Él en una eterna comunión, que
dure para siempre. También a Juan Pablo II, desde su Bautismo, Dios le
hizo este llamado. Y mientras su camino fue tarea y servicio, su muerte
ha hecho posible su llegada al Cielo...
La vocación de eternidad que Dios ha sembrado
en nosotros no puede desplegarse en las estrechas dimensiones de esta
vida. Por eso, para salvarnos, para llevarnos a la altura de la
vocación para la que nos ha hecho, Jesús asumió nuestra condición
humana, y la llevó con amor y paciencia inclaudicable a la Cruz, y
desde allí nos la devolvió transformada por la Resurrección. Por eso
Jesús es para nosotros, y para todos los hombres y mujeres de todos los
tiempos, la fuente de una paz y de una alegría que no se terminan. Y
esto es posible porque la Vida del resucitado es una Vida que vence al
pecado y a la muerte, y es una Vida eterna donde se alcanza la Paz que
viene de Dios...
3. POR LA FE RECIBIMOS Y PODEMOS DAR LA VIDA
QUE VIENE DE JESÚS... Juan Pablo II fue un hombre de fe. Pero no
recibió pasivamente ese don de Dios, sino que supo cultivarlo. Y el
primer modo de hacerlo es la oración. ¿Quién no tiene grabada en su
corazón alguna de las múltiples imágenes que, gracias a Dios, los
medios han podido acercarnos, del Papa concentrado en la oración, en
cada una de las celebraciones que a lo largo de todo este tiempo han
sido transmitidas? Esa fe, continuamente despierta y alimentada en la
oración, le ha permitido al Papa vivir alimentado con la Vida que viene
de Dios...
Pero los dones de Dios, también el de la fe,
hay un sólo modo de conservarlos, y consiste en tenerlos siempre con
las manos bien abiertas, es decir, dándolos. Por eso Juan Pablo II,
además de alimentar siempre su fe en la oración, hizo siempre de su
vida un servicio a toda la humanidad, en el servicio al que fue
llamado. Así deben entenderse todos sus desvelos, que no conocieron
límites, para llegar a cada rincón donde su presencia y su palabra
podía acercar luz y consuelo a los hombres. El rito del Jueves Santo en
la celebración de la Cena del Señor, lavando los pies, como Jesús hizo
con los Apóstoles, se hizo en él gesto claro de una realidad vivida con
toda intensidad...
Recibiendo la Vida de Jesús, pudo darla todo
el tiempo. Y eso es lo que hizo, a lo largo de todo su servicio. En
cada palabra, en cada bendición, en cada gesto. Lo suyo fue un servicio
a la Vida que viene de Dios, que supo recibir, a la que supo responder
y a la que supo servir, acercándola a todos a través de su ministerio.
Esa Vida ya no cabía en él, en las dimensiones de esta tierra. Eso
explica que su última palabra haya sido "Amén" (es decir, una palabra
de aceptación, de adhesión a Dios y a su misterio), porque acabada su
vida en la tierra, ya se ha hecho posible para él el Cielo...