Se queda con nosotros, y nos explica todo...

Queridos amigos:

Esta fue mi predicación de hoy, 10 de abril de 2005, Domingo III de Pascua del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín. Me limito hoy a transcribir, de manera completa, el Evangelio de la Misa del día, que tiene una riqueza catequística muy especial:


Llanto y oraciónLlanto de sacerdote1. EN ESTOS DÍAS HUBO MUCHAS IMÁGENES DE LLANTO Y DE TRISTEZA... Juan Pablo II ha sido un Papa que conmovió, no sólo a los católicos, sino también a millones de personas en el mundo entero, de todas las religiones, y aún a los que no tienen ninguna. Su palabra y su imagen llegó a grandes multitudes reunidas en todos los continentes, durante los casi 26 años y medio de su ministerio como Pastor de la Iglesia universal. Esas palabras, y todos los gestos eficaces que realizó, comprometiéndose vital y coherentemente con la causa de la paz, de la dignidad humana y de la familia, así como con todos los valores del Evangelio que sostienen y alimentan toda la fe de la Iglesia, fueron recibidas y acogidas cálidamente por los fieles de la Iglesia, así como también por otros fieles...

No puede pensarse que esto sea sólo consecuencia del estado público que tuviera su imagen, sin duda la figura pública que más han visto los hombres y mujeres de nuestro tiempo en los últimos años. Hace unos días, conversando con una de las jóvenes que participó en la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa en Agosto de 2000 en Roma, me decía qué era lo que la llenaba de emoción, y de una extraña mezcla de tristeza y de paz ante la muerte de Juan Pablo II. Le impresionaba, sobretodo, que siempre haya tenido clara su fe, que se hubiera comprometido siempre a fondo con ella, que hubiera sido un incansable testigo de la fe que lo animaba y que, junto con ello, o probablemente a causa de ello, siempre mostrara una alegría serena y confiada, hasta en el momento en el que la enfermedad lo llevaba inexorable y sufridamente a la muerte. Esta joven me decía, con ferviente y sano ánimo de emulación: "Tuvo siempre clara y firme su fe, vivió siempre con toda coherencia esa fe y, además, y por ello, siempre fue feliz. Yo quisiera ser como él ¿Qué más se puede pedir?"...

Sepelio Juan Pablo IIYo creo que hasta los Cardenales, y quizás especialmente ellos que fueron tan cercanos al Papa, sus más inmediatos consejeros y colaboradores, aunque hayan tenido el deber de mostrarse enteros en todo momento, en su intimidad, por ejemplo cuando en la mayor reserva depositaban los restos mortales de Juan Pablo II en su tumba en la Cripta de la Basílica de San Pedro, habrán soltado más de una lágrima...

En todo caso, es Jesús resucitado quien nos hace pasar de la tristeza y las lágrimas a la alegría. Para ello, de la misma manera que lo hizo con los discípulos de Emaús, Jesús se une a nosotros en nuestro camino, y haciéndose compañero en el camino de la vida, espera que le abramos el corazón para que, una vez que hayamos volcado con sinceridad nuestras tristezas y amarguras, pueda hacernos arder el corazón, explicándonos todo lo que sobre Él, especialmente de su misterioso camino de Cruz que lleva a la Resurrección, se dice en las Escrituras...

Palabra de Dios2. JESÚS SE QUEDA CON NOSOTROS, Y NOS EXPLICA TODO DESDE LA EUCARISTÍA... En el encuentro de los discípulos de Emaús con el Señor, ellos lo reconocieron en la fracción del pan, es decir, en la celebración de la Eucaristía. Pero antes, todavía de camino, Jesús les abrió el corazón a la fe, explicándoles todo lo que se decía de Él en las Escrituras, especialmente los padecimientos como camino hacia la gloria. Eso es precisamente lo que sucede en la primera parte de la Misa, en la que Jesús se hace alimento en un plato fuerte que robustece nuestra fe, en cada Misa. Por eso Juan Pablo II, en la Carta que nos escribió a todos los fieles en octubre del año pasado para invitarnos a vivir con intensidad un año dedicado enteramente a la Eucaristía, hasta octubre de este año (Juan Pablo II, Quédate con nosotros, Señor; el título de la Carta es la invitación que los discípulos de Emaús hacen a Jesús para que se quede con ellos), decía que la Misa es un misterio de Luz, porque este plato fuerte de la Palabra de Dios, que se sirve con abundancia en la Eucaristía, pone luz sobre todas las circunstancias de nuestra vida...

Discípulos de EmaúsCon la mente iluminada por la Palabra de Dios, y el corazón ardiente por la fe, que nos permite responder en maravilloso intercambio con el Señor, nos decía Juan Pablo II en la Carta ya mencionada, los signos nos hablan (cf. n. 14). Los signos que nos hablan son los signos eucarísticos. Los ojos de la fe, encendida en nuestros corazones por la Palabra de Dios, al punto de hacerlos arder, nos permiten ver realmente presente a Jesús en los signos del Pan y del Vino, que no sólo representan a Jesús, sino que lo hacen verdaderamente presente entre nosotros. Así fue como los discípulos de Emaús pudieron reconocer a Jesús en la fracción del Pan. En ese momento Jesús ya no estuvo visible ante ellos con su figura humana, porque ya no hacía falta que así fuera. Una vez que lo reconocieron, les bastaba con su no menos real presencia eucarística...

EucaristíaPor eso la Eucaristía no es sólo un misterio de Luz, sino también un misterio de Presencia. Con la Eucaristía Jesús responde a la súplica de los discípulos de Emaús y a la de la Iglesia entera, como así también a la nuestra: "Quédate con nosotros, Señor". Y Él se queda, hasta el fin de los tiempos. Ya nunca más podemos estar solos. Jesús estará siempre con nosotros, hasta el fin de los tiempos. Y bastará que nos acerquemos a una Iglesia en la que encontremos un Sagrario con su lucecita roja encendida, para saber que allí está Jesús, presente para siempre en la Eucaristía...

Por eso el nombre mismo de la Misa nos dice la primera actitud que se despierta en nuestros corazones esta presencia de Jesús. Porque Eucaristía, término de origen griego, significa acción de gracias. Y la gratitud, nos dice Juan Pablo II en la Carta ya mencionada (cf. n. 26),  es lo que la Eucaristía debería inspirar siempre en la Iglesia e incluso en toda la humanidad. Porque se trata nada más y nada menos que de la presencia de Jesús, ofreciéndose al Padre en el altar de la Cruz, para obtener para todos los hombres la apertura de las puertas de los Cielos. Lo que podemos hacer todos los cristianos durante este año eucarístico, nos decía el Papa, es esmerarnos especialmente en dar testimonio ante el mundo entero de la presencia de Dios en el mundo. "No tengamos miedo de hablar de Dios ni de mostrar los signos de la fe con la frente muy alta" (Quédate con nosotros, Señor, n. 26). E invitaba a los Estados a no tener miedo de este testimonio de los cristianos. "Quien aprende a decir gracias como lo hizo Cristo en la Cruz, podrá ser un mártir, pero nunca será un torturador", decía el Papa (en el mismo número de la Carta)...

Juan Pablo II, EucaristíaJuan Pablo II, Eucaristía3. EL ENCUENTRO CON JESÚS NOS LLENA DE ESPERANZA Y ENCIENDE NUESTRO AMOR... El encuentro con Jesús en la Eucaristía, recibir su Luz y gozar de su Presencia, es una fuente continua de esperanza. Como dije más arriba, si hay algo de este Papa peregrino que ha impresionado a los jóvenes es la firmeza, serenidad y alegría de su fe. Todo ello provenía de su encuentro con Jesús. Aún con su cuervo encorvado y endurecido por los años y sus diversos achaques, elevando el Pan y el Vino consagrados, que son ya el Cuerpo y la Sangre de Jesús, podíamos ver la fuente de su fe. No hacía falta más que verlo celebrar la Eucaristía, para entenderlo claramente. Y gracias a Dios los medios de comunicación nos permitieron hacerlo muchas veces...

Papa MisioneroPero la alegría que proviene de la fe, no puede conservarse si no es como se puede conservar cualquier otra alegría, es decir, compartiéndola. Todos los dones de Dios, y también la alegría que proviene de encontrarse con Él, sólo se conservan teniendo las manos bien abiertas para llevarlas a los demás. Por eso, el encuentro de Juan Pablo II con Jesús en la Eucaristía era también el alimento y la fuente de donde surgía su inmensa caridad y su espíritu misionero que lo llevó por todos los rincones del mundo...

La Eucaristía es una manifestación suprema del Amor de Jesús, nos dice el Papa (cf. (Quédate con nosotros, Señor, n. 28), que entregó su Cuerpo y derramó su Sangre por nosotros en la Cruz. Así como los discípulos de Emaús, desde el encuentro con Jesús en la Eucaristía salieron disparados hacia Jerusalén, para dar testimonio de su fe ante todos los demás, así también nosotros, como el Papa, a partir de nuestro encuentro con Jesús, somos enviados a ser sus testigos y sus manos solidarias que se acercan a todo hombre que necesita una mano fraterna que lo sostenga...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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