Todos somos testigos...
1. TODOS SE DAN CUENTA SI
ESTAMOS CONTENTOS, LAS ALEGRÍAS SE DEJAN VER... Es imposible disimular,
cuando estamos realmente contentos. La alegría, como el bien, tienden
por sí mismos a difundirse entre los que nos rodean. Hasta la cara nos
cambia cuando estamos contentos, nuestro rostro, y todos nuestros
gestos, no pueden dejar de manifestarlo...
Cuando tenemos algo que
festejar, cualquiera sea el motivo o la ocasión, también nuestros
gestos y nuestras expresiones nos delatan. Hoy, por ejemplo, cuando
celebramos el día del padre en Argentina y en otros países, aun
aquellos de los celebrados que que trataron de disimularlo, seguro que
se despertaron ya con la secreta esperanza, que se dejaría ver en sus
rostros, de encontrar alguna sorpresa de quienes podían querer
saludarlos. Es verdad que no hacen falta los regalos para celebrar este
día del padre, ya que serlo es suficiente regalo...
Los padres, de quienes hemos
recibido el don de la vida (y de las madres, justo es recordarlo,
aunque no hayamos llegado todavía al tercer domingo de octubre,
dedicado a celebrarlas), a quienes hoy les dedicamos el día y los
celebramos con especial cariño y gratitud, han participado por ello en
la misma paternidad de Dios, que ha hecho de ellos sus instrumentos.
Puede ser que hoy, entonces, tengan una sonrisa más ancha que la
habitual, ya que por un día al menos, les será mayor el gozo que el
peso de su paternidad. No deberían olvidar, sin embargo, que el hecho
mismo de participar en la paternidad de Dios es su mayor y mejor
regalo, que no podrá ser igualado por ningún otro, por más que nos
esforcemos en pretender algo mayor...
2. EL DON DE LA FE ES UNA ALEGRÍA
PARA SER COMPARTIDA; TODOS SOMOS TESTIGOS... Sin duda, la fe es un gran
don, que puede llenarnos de alegría, si sabemos corresponder a él. La
salvación es ofrecida por Dios a todos los hombres, y la fe es el
camino que normalmente lleva a encontrarse con ella. La fe nos lleva a
encontrar que la vida, cargada de dificultades y de desafíos, tiene un
sentido y se encamina a una meta celestial que Dios nos ofrece. La fe
nos ayuda que el mismo dolor y la muerte, con todas sus expresiones más
trágicas, no son un final inapelable, sino una puerta hacia la
realización más plena de la vida. La fe, entonces, es un gran tesoro,
el más valioso. Y que, cuando llena el corazón de quien lo recibe, lo
compromete enteramente para compartirlo, poniéndolo al servicio de los
demás. Por eso Jesús, que puso este don de la fe en manos de los
Apóstoles, los comprometió a ser testigos del mismo ante todos los
hombres, llevándolo por todas partes y a todos, a pesar de las
dificultades que sabía que se les presentarían en la tarea...
Visto desde esta dimensión
apostólica, el don de la fe, como todo don de Dios, es siempre al mismo
tiempo el encargo de una tarea. Por poco que miremos, enseguida nos
vamos a dar cuenta que el mundo no parece funcionar hoy por los caminos
del Evangelio. Y como consecuencia evidente, que está a la vista de
todos, no parece que encuentre los caminos que lo lleven a un
crecimiento de los valores humanos más elementales en la mayoría de su
población. Por esta razón, es evidente que, para quienes hemos recibido
esa luz que proviene de la fe, se convierta en un compromiso
ineludible, cada vez más urgente, dar testimonio de ella con claridad y
valentía, a la vez que con creatividad y convicción...
3. VIVAMOS A FONDO NUESTRA FE:
DEMOS TESTIMONIO DE ELLA CON ALEGRÍA... En definitiva, de la abundancia
del corazón es de lo que habla la boca. Será un corazón lleno de fe,
como es el corazón de un creyente comprometido, el que hará de nuestra
vida un continuo y eficaz testimonio. Habrá que comenzar por allí, ya
que no hay otro modo de transmitir la fe, que comenzando por vivirla
con una convicción firme y un esfuerzo constante...
Es nuestra tarea, entonces, y el
fruto normal de una fe que alimentemos cotidianamente, un testimonio
explícito de aquello que creemos. ¿Cómo se enterarán los gobernantes,
los jueces, los legisladores, a quienes nos gustaría ver inspirados en
los principios evangélicos, de la luz que recibirían de ellos para la
tarea que tienen por delante, si no cuentan con alguien que se los
diga? No podemos confiarnos con que alcance el Catecismo que
eventualmente recibieron en su infancia. Hace falta que en todos los
ámbitos de la patria, desde los despachos oficiales hasta los
vestuarios de los futbolistas, pasando por los estudios de la
Televisión y las oficinas de los profesionales y de los empresarios,
así como por las sedes de los sindicatos y los lugares de trabajo y de
esparcimiento del mundo entero, sin olvidar los centros de salud, desde
los más sencillos hasta los más complejos y especializados, en una
palabra, en todos lados, resuenen las palabras del Evangelio,
pronunciadas con fidelidad por los que hemos encontrado en ellas el
sentido y la alegría de la vida...
Pero esas palabras no serán
escuchadas, si no van acompañadas de hechos que realmente muestren que
creemos lo que nos anuncia nuestra fe, y lo asumimos con fidelidad.
Decía el Cardenal Bergoglio el pasado 15 de junio que "el espíritu del mundo tolera un discurso
razonable, equilibrado, pero no tolera que hombres y mujeres den
testimonio de que Cristo está vivo entre nosotros. Los mata, los
calumnia, los difama, los menosprecia"...