Además del pan...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 31 de julio de 2005, XVIII Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín. Me basé en las lecturas bíblicas de la Misa del día:


Hambre1. ADEMÁS DEL PAN, HACE FALTA EL HAMBRE PARA ALIMENTARSE BIEN... El pan representa de manera singular a todos los alimentos que necesitamos para vivir, y que constituyen nuestra fuente de energías. Sin embargo, no alcanza con el pan. Hoy, gracias a Dios, existen en el mundo más alimentos de los que necesita la población entera para alimentarse suficientemente bien (esto, por otra parte, hace más grave la injusticia por la que, mientras algunos tienen mucho más de lo que necesitan, a otros les falta lo más elemental para alimentarse de una manera digna; de allí que sea una muy buena oración para bendecir los alimentos antes de comenzar a comer aquella con la que le pedimos a Dios que les dé pan a los que no lo tienen, y a los que tenemos el pan nos dé hambre de justicia y de paz)...

ApatíaPero, ¿qué hacemos con el pan, si no tenemos ganas de comer? El hambre es un signo de salud, y algo anda mal si, a pesar de necesitarlo, no tenemos ganas de alimentarnos. A veces puede ser efectivamente una cuestión de salud física. Si estamos con un problema estomacal, o con una gripe fuerte, o con alguna otra cosa más grave, enseguida perdemos el hambre. Y si no nos alimentamos, tenemos cada vez menos energías para superar la enfermedad. Por eso, para suplir nuestro deseo natural de alimentarnos que se manifiesta en el hambre, cada vez con más facilidad y rapidez, si nos tienen que internar, enseguida nos alimentan "a la fuerza", con suero fisiológico, a través del cual nos aportan los líquidos y los sólidos elementales para no debilitarnos demasiado, y sostener nuestras energías en un buen nivel...

Sin embargo, no sólo cuestiones físicas pueden quitarnos el hambre. A veces andamos con "el ánimo por el piso", no sólo con las cejas sino también con los brazos caídos. Por diversas razones, que no tienen que ver con lo físico sino con lo psíquico o lo espiritual, perdemos el hambre, y nos cuesta comer

MultitudY todavía, si prestamos atención a lo que Juan Pablo II nos decía con frecuencia a la hora de echar una mirada sobre la humanidad de nuestro tiempo, y Benedicto XVI nos recordaba desde el primer día de su papado, el drama más importante de hoy es que el mundo parece olvidarse de Dios, como si no necesitara de Él. El peligro más grave para la humanidad no consiste hoy en una guerra entre religiones, sino en la ausencia de ellas, porque los hombres se olviden de Dios o piensen que ya no necesitan de Él. Cuando se ven multitudes caminando por las ciudades más desarrolladas de nuestro tiempo, pasando indiferentes ante vidrieras que les muestran muchas cosas que ya todos tienen y que no despiertan ninguna curiosidad nueva, uno puede preguntarse dónde estará encerrada, en el corazón de cada una de esas personas, la pregunta esencial sobre su origen y su meta, es decir, en definitiva, la pregunta sobre Dios. Y de esa manera se comprenderá la gravedad del diagnóstico que hace Benedicto XVI. Si un drama de nuestro tiempo es que, habiendo pan para todos, muchos hoy se mueran de hambre debido a la injusta distribución de los bienes, no es un drama menor que, sobretodo los hombres más satisfechos, hayan perdido su hambre de Dios. Y esto nos puede ayudar a volcar una mirada distinta sobre el milagro que más impresionó a los primeros cristianos, la multiplicación de los panes que hizo Jesús para alimentar a una multitud...

Puerta al Cielo2. FUIMOS HECHOS PARA EL CIELO, Y SÓLO DIOS PUEDE SACIAR EL HAMBRE DE ETERNIDAD... El milagro de la multiplicación de los panes nos muestra que Dios hace lo suyo, para que a nadie falte el pan. A partir de los cinco panes y dos peces con los que cuentan los discípulos, los multiplica y los pone en manos de los mismos Apóstoles, para que trabajen llevándolos a todos. De la misma manera, Isaías nos hace oír la invitación de Dios para que nadie se quede sin comer y sin beber lo necesario, aunque no tenga dinero, asombrándose de los que gastan la plata en algo que no alimenta. Pero, que hacemos con todo esto, si hemos perdido el hambre y ya no queremos comer...

Destino: CieloDe la misma manera, hoy Dios, lo primero que tiene que hacer con la humanidad entera, es recordarnos que nos ha hecho para el Cielo. No basta plantearse como objetivo de la vida alcanzar el éxito, ya sea en el deporte, en la profesión (o en el deporte que a veces se convierte en una profesión), ni siquiera alcanza proponerse dedicar la vida entera a construir una familia que responda a los mejores ideales y en la que todo se hace y todo sale bien. Fuimos hechos para el Cielo, nuestra vida tiene una vocación de eternidad, Dios nos hecho para la Vida eterna, y sólo Dios puede saciar en nosotros ese hambre más profundo, más consistente y a veces tanto más callado y adormecido, que nos lleva a buscarlo a Él...

Jesús EucaristíaPero Dios tiene que despertarnos. De nada sirve que Dios quiera llevarnos al Cielo, si nosotros, dormidos o adormecidos, no prestamos atención a su llamado. Nuestra vocación de eternidad significa, por parte de Dios, un llamado, y por nuestra parte una respuesta en la que nadie nos puede suplir...

Comer no es un lujo para los que pueden pagarse la comida, sino una urgente necesidad para todos, y de allí la responsabilidad que nos toca a todos los que tenemos para comer, de hacernos cargo de aquellos que pasan hambre porque no tienen qué comer. Pero el llamado a la vida eterna no es tampoco una lujo para algunos pocos elegidos que están atentos a Dios. Jesús pone en evidencia a través de la multiplicación de los panes que Él hace su parte para que a nadie le falte el pan, y hace participar a los Apóstoles para que le llegue a todos los que lo necesitan. Pero Jesús también nos muestra a través de este milagro, relatado como si fuera la celebración de la Eucaristía (Jesús hace la bendición del pan, y después de la fracción lo alcanza a los Apóstoles para que lo distribuyan a la multitud), que Él está siempre dispuesto, para ser el alimento de todos los que quieran acudir a Él. Yo creo que está despertándonos, para que no nos quedemos sentados en un conformismo materialista, ante este mundo que parece resolver algunas de las cuestiones más fáciles que se le presentan (aunque no todas, por supuesto, baste pensar en la dificultad para producir el bien morar en la misma medida en que se logran producir bienes materiales), y sin embargo se encuentra sin rumbo, porque pierde el horizonte trascendente para el que fuimos creados todos los hombres y mujeres que llegamos a este mundo...

Eucaristía3. DIOS NOS DESPIERTA EL HAMBRE DE ETERNIDAD, Y NOS INVITA A COMPARTIR EL PAN... Jesús nos despierta, entonces, ese hambre de eternidad que ha puesto en lo más profundo de nuestros corazones, para que no dejemos nunca de buscarlo a Él como nuestro principal alimento. Cada semana venimos a esta Mesa eucarística, en la Misa, no sólo para alimentarnos de Jesús, con los dos platos fuertes que Él nos ofrece, su Palabra y su Cuerpo y Sangre, sino también para que permanezca despierto nuestro deseo y nuestra búsqueda de Dios.

En cada Misa Dios se hace presente de un modo tal que nos va ayudando a comprender cómo todo el mundo, y nuestra propia vida, adquiere su sentido en Él. De esta manera, nuestra vida se hace cada vez más profundamente religiosa, y se manifiesta así, de este mismo modo, en todos los otros ámbitos donde nos movemos. Dios llena nuestros corazones, nos mantiene despierto nuestro hambre de Él, y nosotros, haciendo presente a Dios en nuestra vida, ayudamos al mundo en que vivimos a recordar que no es nada que valga la pena sin Él...

Compartir el PanNo nos olvidemos que la caridad a la que Jesús nos llama nos es pura filantropía. Los Apóstoles no encontraron las energías y el entusiasmo para convertirse, de pobres pescadores, en entusiasmados predicadores dispuestos a dar la vida por Jesús sólo porque aprendieron de Él a ser "un poco más buenos". Ellos descubrieron a través de Jesús, muerto en la Cruz y resucitado para abrirnos las Puertas del Cielo, su hambre de Dios, que el mismo Jesús podía saciar. Eso les cambió la vida, y a partir de allí estuvieron dispuestos a todo, y entregaron la vida por Jesús. La caridad con la que lo dieron todo (que el mismo Jesús les hizo practicar en la multiplicación de los panes llamándolos a distribuirlos entre la multitud presente), fue la simple y esperable consecuencia de haber encontrado en Jesús a quien podía saciar su sed de eternidad. También en nuestro tiempo, entonces, se puede esperar que una familia, un país, y un mundo más fraterno, dispuesto a compartir el pan con el que no lo tiene, sea la consecuencia de haber descubierto el hambre de Dios que nos mueve desde lo más profundo, y que se despierta en nuestro encuentro con Jesús...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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