Además del pan...
Queridos amigos:
1. ADEMÁS
DEL
PAN, HACE FALTA
EL HAMBRE PARA ALIMENTARSE BIEN... El pan representa de manera singular
a todos los alimentos que necesitamos para vivir, y que constituyen
nuestra fuente de energías. Sin embargo, no alcanza con el
pan. Hoy,
gracias a Dios, existen en el mundo más alimentos de los que
necesita
la población entera para alimentarse suficientemente bien
(esto, por
otra parte, hace más grave la injusticia por la que,
mientras algunos
tienen mucho más de lo que necesitan, a otros les falta lo
más
elemental para alimentarse de una manera digna; de allí que
sea una muy
buena oración para bendecir los alimentos antes de comenzar
a comer
aquella con la que le pedimos a Dios que les dé pan a los
que no lo
tienen, y a los que tenemos el pan nos dé hambre de justicia
y de
paz)...
Pero,
¿qué hacemos con el pan,
si no tenemos ganas de comer? El hambre es un signo de salud, y algo
anda mal si, a pesar de necesitarlo, no tenemos ganas de alimentarnos.
A veces puede ser efectivamente una cuestión de salud
física. Si
estamos con un problema estomacal, o con una gripe fuerte, o con alguna
otra cosa más grave, enseguida perdemos el hambre. Y si no
nos
alimentamos, tenemos cada vez menos energías para superar la
enfermedad. Por eso, para suplir nuestro deseo natural de alimentarnos
que se manifiesta en el hambre, cada vez con más facilidad y
rapidez,
si nos tienen que internar, enseguida nos alimentan "a la fuerza", con
suero fisiológico, a través del cual nos aportan
los líquidos y los
sólidos elementales para no debilitarnos demasiado, y
sostener nuestras
energías en un buen nivel...
Y
todavía, si
prestamos atención
a lo que Juan Pablo II nos decía con frecuencia a la hora de
echar una
mirada sobre la humanidad de nuestro tiempo, y Benedicto XVI nos
recordaba desde el primer día de su papado, el drama
más importante de
hoy es que el mundo parece olvidarse de Dios, como si no necesitara de
Él. El peligro más grave para la humanidad no
consiste hoy en una
guerra entre religiones, sino en la ausencia de ellas, porque los
hombres se olviden de Dios o piensen que ya no necesitan de
Él. Cuando
se ven multitudes caminando por las ciudades más
desarrolladas de
nuestro tiempo, pasando indiferentes ante vidrieras que les muestran
muchas cosas que ya todos tienen y que no despiertan ninguna curiosidad
nueva, uno puede preguntarse dónde estará
encerrada, en el corazón de
cada una de esas personas, la pregunta esencial sobre su origen y su
meta, es decir, en definitiva, la pregunta sobre Dios. Y de esa manera
se comprenderá la gravedad del diagnóstico que
hace Benedicto XVI. Si
un drama de nuestro tiempo es que, habiendo pan para todos, muchos hoy
se mueran de hambre debido a la injusta distribución de los
bienes, no
es un drama menor que, sobretodo los hombres más
satisfechos, hayan
perdido su hambre de Dios. Y esto nos puede ayudar a volcar una mirada
distinta sobre el milagro que más impresionó a
los primeros cristianos,
la multiplicación de los panes que hizo Jesús
para alimentar a una
multitud...
2. FUIMOS
HECHOS PARA EL
CIELO, Y SÓLO DIOS
PUEDE SACIAR EL HAMBRE DE ETERNIDAD... El milagro de la
multiplicación
de los panes nos muestra que Dios hace lo suyo, para que a nadie falte
el pan. A partir de los cinco panes y dos peces con los que cuentan los
discípulos, los multiplica y los pone en manos de los mismos
Apóstoles,
para que trabajen llevándolos a todos. De la misma manera,
Isaías nos
hace oír la invitación de Dios para que nadie se
quede sin comer y sin
beber lo necesario, aunque no tenga dinero, asombrándose de
los que
gastan la plata en algo que no alimenta. Pero, que hacemos con todo
esto, si hemos perdido el hambre y ya no queremos comer...
De la
misma manera, hoy
Dios, lo
primero que tiene que hacer con la humanidad entera, es recordarnos que
nos ha hecho para el Cielo. No basta plantearse como objetivo de la
vida alcanzar el éxito, ya sea en el deporte, en la
profesión (o en el
deporte que a veces se convierte en una profesión), ni
siquiera alcanza
proponerse dedicar la vida entera a construir una familia que responda
a los mejores ideales y en la que todo se hace y todo sale bien. Fuimos
hechos para el Cielo, nuestra vida tiene una vocación de
eternidad,
Dios nos hecho para la Vida eterna, y sólo Dios puede saciar
en
nosotros ese hambre más profundo, más consistente
y a veces tanto más
callado y adormecido, que nos lleva a buscarlo a Él...
Pero Dios
tiene que
despertarnos. De nada
sirve que Dios quiera llevarnos al Cielo, si nosotros, dormidos o
adormecidos, no prestamos atención a su llamado. Nuestra
vocación de
eternidad significa, por parte de Dios, un llamado, y por nuestra parte
una respuesta en la que nadie nos puede suplir...
3. DIOS NOS
DESPIERTA EL
HAMBRE
DE ETERNIDAD, Y NOS INVITA A COMPARTIR EL PAN... Jesús nos
despierta,
entonces, ese hambre de eternidad que ha puesto en lo más
profundo de
nuestros corazones, para que no dejemos nunca de buscarlo a
Él como
nuestro principal alimento. Cada semana venimos a esta Mesa
eucarística, en la Misa, no sólo para
alimentarnos de Jesús, con los
dos platos fuertes que Él nos ofrece, su Palabra y su Cuerpo
y Sangre,
sino también para que permanezca despierto nuestro deseo y
nuestra
búsqueda de Dios.
No nos
olvidemos que la
caridad a la que
Jesús nos llama nos es pura filantropía. Los
Apóstoles no encontraron
las energías y el entusiasmo para convertirse, de pobres
pescadores, en
entusiasmados predicadores dispuestos a dar la vida por
Jesús sólo
porque aprendieron de Él a ser "un poco más
buenos". Ellos descubrieron
a través de Jesús, muerto en la Cruz y resucitado
para abrirnos las
Puertas del Cielo, su hambre de Dios, que el mismo Jesús
podía saciar.
Eso les cambió la vida, y a partir de allí
estuvieron dispuestos a
todo, y entregaron la vida por Jesús. La caridad con la que
lo dieron
todo (que el mismo Jesús les hizo practicar en la
multiplicación de los
panes llamándolos a distribuirlos entre la multitud
presente), fue la
simple y esperable consecuencia de haber encontrado en Jesús
a quien
podía saciar su sed de eternidad. También en
nuestro tiempo, entonces,
se puede esperar que una familia, un país, y un mundo
más fraterno,
dispuesto a compartir el pan con el que no lo tiene, sea la
consecuencia de haber descubierto el hambre de Dios que nos mueve desde
lo más profundo, y que se despierta en nuestro encuentro con
Jesús...