1. NOS
VAMOS PONIENDO VIEJOS; NOS HACE FALTA NACER DE NUEVO... Cuando
Juan Pablo II los visitaba en su tierra natal o cuando los polacos
peregrinaban a Roma, le cantaban diciéndole "¡Sto lat!",
que en
polaco
significa "que vivas 100 años". No hubiera servido de mucho que Dios
les hubiera concedido lo que parecía un súplica además de una expresión
de deseos. Su cuerpo estaba muy gastado, y se murió porque ya no podía
más. También nosotros, cuando con los años, o sin ellos, nos llegan las
arrugas y
los achaques, cuando las articulaciones se nos ponen cada vez más duras
y los músculos cada
vez más blandos, haríamos bien en pensar que nuestra muerte se está
acercando. Aunque es posible que cuando golpee a
nuestra puerta queramos demorarnos en prestarle
atención, no podemos dudar que, a medida que pasa el tiempo y crecen
las arrugas, está más
cerca su visita, y en algún momento llegará (es más, si lo pensamos
crudamente, hoy está 24 horas más cerca que ayer a esta misma hora)...
De todos modos, no
sólo las arrugas y los achaques corporales llegan
con el tiempo. Con ellos más o menos nos arreglamos, y hoy la medicina
nos brinda muchos medios que hace unos años eran impensables, para
hacer más llevadera o menos gravosa la vejez. Una limitación mayor son
las tristezas y amarguras, que pueden ir transformando nuestro rostro,
haciéndonos perder la sonrisa y apagando nuestros ojos, incluso hasta
dejarlos sin lágrimas, por más que no nos falten motivos que nos
impulsen a llorar. De este modo el tiempo no sólo nos pone viejos, sino
que puede convertirnos en ancianos amargados....
Eso todavía no es
todo. Además, incluso si vivimos como aquí en el Hogar
Marín, rodeados de las Hermanitas y de muchas personas dispuestas a
hacer todo lo que tienen a mano para ayudarnos y acompañarnos, nos
puede invadir la soledad. Ya no están los familiares que nos vieron
crecer, ya quedan pocos de nuestros amigos, los que son más jóvenes no
se acuerdan de nosotros y los que eran mayores ya se han muerto. Y así
el tiempo nos puede convertir no sólo en viejos arrugados y amargados,
sino también dejarnos solos...
2. CUANDO JESÚS
RESUCITÓ HIZO DE LA MUERTE UN CAMINO HACIA LA VIDA... El Amor de Dios
es la causa y
la razón más profunda de la creación entera, coronada por el hombre,
salido de las manos creadoras de Dios para ser su imagen viva. Por eso
el Amor de Dios es la causa de la vida, de toda vida. Dios es la causa
profunda de la vida de todas y de
cada una de las personas humanas que han llegado, que llegan y que
llegarán a este mundo. Pero además, y con mucha más razón, Dios es
quien ha decidido darnos la posibilidad de participar en su propia
Vida, llamándonos a vivir en comunión con Él...
Este Amor de Dios, que
resucitó a Jesús, puede sanar todas las
heridas, puede reconstruir todo lo que se ha roto. Jesús desde la
Cruz y con su Resurrección rescata nuestra vida del fracaso al que la
llevan nuestros pecados, redime nuestra condición humana, nos salva de
la muerte definitiva, rehace lo que nuestra rebeldía ha desecho en
nuestra relación con Dios, reconstruye lo que nuestra desobediencia a
los planes de Dios ha destruido. En definitiva Jesús con
su Cruz y su Resurrección eleva nuestra condición humana a la altura
de los hijos de Dios, herederos de su gloria...
Dios
remueve la piedra que tapa
el sepulcro, porque la muerte no puede con Él. Como María Magdalena y
los Apóstoles, también hoy nosotros vemos las huellas de Jesús
resucitado: a) El sepulcro vacío; b) Las apariciones a los Apóstoles,
de las que ellos nos dan un testimonio vivo y contundente, ya que lo
vieron, lo tocaron, hablaron y comieron con Él. a nosotros sólo nos
hace falta hacer lo que hicieron María Magdalena y los Apóstoles, como
nos muestra el Evangelio de hoy: ver y creer. En realidad, sólo nos
hace falta convencernos de algo que es evidente: Dios puede más que la
muerte, los signos de la muerte no pueden con Él. Y para convencernos
de esto basta que aceptemos el regalo que Él mismo nos hace, cuando nos
da la fe...
3. HAY
QUE RECIBIR EL AMOR DE DIOS, Y VIVIR
EN ÉL, PARA PODER MÁS QUE LA MUERTE... El Amor de Dios, es
poderoso,
puede más que el pecado y que la muerte. Bastará, entonces, que
recibamos ese Amor con las ventanas del corazón bien abiertas, para que
también nosotros podamos más que la muerte...
Lo hemos recibido por
primera vez sacramentalmente en el Bautismo,
cuyas promesas y compromisos (hechas seguramente por primera vez en
nombre de nosotros por nuestros padres y padrinos si fuimos bautizados
siendo niños), renovamos de manera solemne anoche en la celebración de
la Vigilia
Pascual. Lo hemos seguido recibiendo cada vez que celebramos los
Sacramentos o nos hemos alimentado con la Palabra de Dios, en la que
ese
Amor está vivo...Volver al inicio de la predicación...
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