Algo más que una opinión...

Queridos amigos:
 
Esta es mi predicación del 25 de agosto de 2002, Domingo XXI del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín y en la Parroquia Santo Domingo de Guzmán. Me basé en estas frases de la Escritura:

 
1. LAS OPINIONES NOS HACEN DISCUTIR MUCHO, PERO NO SUELEN CAMBIARNOS LA VIDA... Con frecuencia nos ponemos a discutir de algunos temas, en los que todos nos animamos a opinar. Por ejemplo el fútbol, o la política, y hasta la religión.
 
Pero las opiniones que discutimos no suelen cambiarnos la vida. una vez que terminó la discusión, es muy posible y frecuente que todos sigamos pensando lo mismo que antes de empezar. Y esto es así porque las opiniones suelen quedarse sobre la superficie de las cosas, es más, a veces sirven para no tener que profundizar en nada. Hablamos del tiempo, opinamos sobre lo que los demás hacen o tendrían que hacer, incluso a veces acaloradamente, como para descargar nuestras tensiones, y nada de eso nos cambia la vida, porque las opiniones y las discusiones no llegan al corazón...
 
También a los apóstoles Jesús les pregunta qué dice la gente sobre Él, qué opinan. Ellos le dicen todas las opiniones: uno que es Juan el Bautista, otros Elías, otros alguno de los profetas. Todos opinan, pero después siguen tranquilamente su camino y su vida... Nada les cambió solamente por opinar...
 
Pero ante Dios, lo que está en juego es lo más profundo del sentido la vida. No basta, entonces, con opinar, y seguir como si nada sucediera. Hay que tomar posición, y según sea una u otra, va para un lado u otro toda nuestra vida. Por eso Jesús los interpela a los apóstoles, y a nosotros, de una manera personal: ¿Quién dices que soy?
 
2. LA FE ES UNA RESPUESTA PERSONAL A DIOS, QUE NOS CAMBIA LA VIDA... Pedro no se queda navegando en las opiniones, e inspirado por el mismo Dios da una respuesta personal y comprometida. Movido por la fe confiesa que Jesús es Hijo de Dios, el Salvador, el Mesías.
 
Como a Pedro y a los apóstoles, también a nosotros Jesús nos reclama una toma de posición. Nadie nos puede ahorrar, o dar por nosotros, este paso personal hacia Dios, que es la fe.  Podemos buscar un lugar más o menos romántico, para ponernos ante Dios, sentados solitariamente en una montaña, o sencillamente ante el Sagrario en la Iglesia, o en el jardín de casa, o en una plaza, o en cualquier otro lugar, para ponernos ante la interpelación de Dios. Y si damos una respuesta de fe, ciertamente nos cambiará la vida...
 
Responder de esta manera Dios nos compromete del todo con Él, y nada de nuestra vida queda fuera de esa respuesta. Si Dios es Dios, y de Él aceptamos la vida como una don y una invitación, un don que es al mismo tiempo misión y tarea, ya nada de lo que pensemos, digamos o hagamos quedará ajeno a nuestra fe, que se concreta en la vida. Nuestras aspiraciones, nuestros afectos, nuestra tarea, nuestra oración, nuestro voto en las elecciones, serán expresión y consecuencia de nuestra fe, que se despliega en la vida.
 
Sin embargo, esta respuesta personal no se puede dar en el aire. Sobre la fe de Pedro, a la que Jesús llama piedra, Él fundó su Iglesia, para que se mantenga firme hasta el final de los tiempos, sin que el poder la muerte pueda prevalecer contra ella. Y en la Iglesia vive la fe de Pedro.
 
3. CREYENDO CON LA FE DE PEDRO, EN LA IGLESIA, Y DE LA MANO DE DIOS...  Este Papa es un testimonio claro de esa fe que sigue apoyándose en la misma roca, la fe de Pedro. Este hombre anciano (que algunos opinan con una mirada demasiado pequeña que es incapaz de una tarea tan ciclópea como la que tiene sobre sus hombros), creyendo con la fe de Pedro, es para Dios suficiente instrumento para sostener toda la fe de la Iglesia. Este hombre, que casi no se puede mantener de pie, porque las piernas le tiemblan, de la mano de Dios, mantiene firme la fe de la Iglesia.
 
 Dios nos llama a nuestra propia y personal respuesta de fe. Una respuesta que no puede ser sólo opinión, sino que nos lleva a entregarnos confiados en las manos de Dios. Una respuesta con la misma fe de Pedro. Una respuesta a Dios en la Iglesia, que alimenta, alienta y cuida nuestra fe. En definitiva, una respuesta que, de la mano de Dios, nos cambia la vida...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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