1. EN OCASIONES ESPECIALES, LA MESA SE
PREPARA DE MANERA ESPECIAL... Por ejemplo, las celebraciones
importantes, como un cumpleaños o un aniversario, suelen ser motivo
para reunirnos en torno a una mesa a compartir algo. Incluso las
celebraciones litúrgicas principales, como Navidad o Pascua, nos llevan
a reunirnos en torno a una mesa. También hoy, mientras en la Argentina
se celebra el día del Padre (Canadá, Colombia, Chile, Francia, Japón,
Holanda, México, Estados Unidos, Perú, Reino Unido, Panamá y Venezuela;
en otros lugares se hace en fechas diversas),
habrá mesas especiales que formarán parte del homenaje a los padres y
la celebración de su día...
Pero la mesa es especial no sólo para las
celebraciones, sino también para otras ocasiones de la vida. Cuando hay
que arreglar temas o negocios importantes, suele ser buena idea
reunirse en torno a una mesa. Así se inventaron los "almuerzos de
trabajo", y para cuando hay que celebrar acuerdos o alianzas ya
concretadas, las "cenas de trabajo". También, para los que tienen el
síndrome de "estar siempre ocupados", existen incluso los "desayunos de
trabajo" (dicho sea de paso, es difícil desayunar, almorzar o cenar
trabajando; una cosa se hace bien, y la otra más o menos)...
Parecería que todo es más fácil alrededor de
una mesa bien servida. Es que la mesa nos habla de algo muy vital, como
es el alimento cotidiano. Cuando se comparte la mesa se está
compartiendo algo que es necesario cada día para reponer las fuerzas y
reunir las energías que nos demanda el desgaste cotidiano. Compartir
una mesa es compartir lo que nos sostiene cada día. Por eso los
alimentos de una reunión en torno a una mesa en la que se comparte una
alegría en común suelen tener relación con lo que se festeja. Sin en
cada hogar donde se celebra el Día del Padre hubiera una "Hermanita
María Sagrario", como aquí en el Hogar Marín, sin duda la mesa estaría
coronada con una de esas tortas especiales que ella sabe preparar para
cada ocasión...
2. JESÚS NOS SIRVE CADA DÍA
UNA MESA ESPECIAL: LA EUCARISTÍA Y LA PALABRA DE DIOS... En la mesa de
la Ultima Cena, cuando instituyó la Eucaristía, que hoy nos relata el Evangelio según San Marcos, Jesús llevó a su momento
culminante su entrega total, para nuestra salvación. Todo lo que había
tomado de nosotros (su humanidad), lo entregó en el Altar de manera
anticipada (eso fue la mesa de la Ultima Cena). Y enseguida marchó
hacia el Monte de los Olivos, donde comenzó la Pasión, que se completó
en la Cruz, derramando su Sangre y entregando su Cuerpo. Lo que ya
había puesto en manos de los Apóstoles a través del Sacramento de la
Eucaristía (y a través de ellos en las nuestras por el ministerio de
los sacerdotes), lo abonó con su entrega en la Cruz. Y como la Cruz no
pudo con Jesús, sino que le abrió las puertas a la Resurrección (la
suya, y la nuestra), su Sangre derramada y su Cuerpo entregado se
convirtieron en anticipo del Cielo que esperamos, y donde Jesús mismo
nos espera. Por eso hoy, cuando celebramos la Solemnidad del Cuerpo y
la Sangre de Jesús, nuestra Misa tendrá un corolario especial. Al
final, recorreremos los pasillos del Hogar y las habitaciones de los
ancianos que no pueden levantarse de su cama con la Custodia en la que
llevaremos el Cuerpo de Jesús, para que a todos llegue, junto con Su
presencia, Su bendición...
En la Cruz y por
la Resurrección, la Alianza inquebrantable de Dios con los hombres, se
hizo nueva. De parte de Dios, el contenido de esa Alianza, como nos
dice la Carta a los Hebreos en la segunda lectura, es
en primer lugar el perdón de los pecados, que Jesús siempre pone a
nuestra disposición. Además, la Resurrección de Jesús se convierte en
la promesa y la garantía de la herencia eterna, que consiste en el
Cielo (que se abrió para todos los hombres gracias a la entrega de
Jesús en la Cruz y a su Resurrección)...
3. TAMBIÉN NOSOTROS SOMOS PAN,
PARA SER PARTIDO Y COMPARTIDO... Jesús eligió este signo sacramental de
su entrega: el pan, hecho de muchos granos de trigo, que se parte entre
todos los que se sientan a una misma mesa. Su Cuerpo y su Sangre se
hacen para nosotros alimento, y nos permiten vivir unidos a Jesús y
fieles a su Palabra. Pero este alimento nos hace capaces de ser también
nosotros un pan que se pone al alcance de todos. A cada uno de nosotros
dio nos da especiales dones que sirven para el bien de nuestros
hermanos. Cada uno de nosotros, entonces, se convierte en pan que puede
alimentar a los demás, y puede ser compartido "en la mesa" de nuestros
hermanos. Jesús nos hace "pan que puede ser servido" en la mesa (en la
vida) de nuestros hermanos...
Eso sí, el pan que se sirve en
la mesa, no puede ser "compartido" si primero no es "partido". Jesús se
queda entre nosotros precisamente a través de este Sacramento que nos
habla de su propia entrega, y nos llama a seguir fielmente sus huellas,
que nos llevan al Cielo, una meta que va mucho más allá de lo que por
nosotros mismos hubiéramos sido capaces de alcanzar. Por eso el
servicio al que somos llamados supone siempre de parte de nosotros
estar dispuestos a ser "partido" por los demás, como Jesús lo fue en la
Cruz. La entrega en el servicio supone nuestra disposición para ser
"partidos" por los demás, hasta que nuestras migas se caigan de la
mesa. Con nuestro espíritu de servicio, con nuestro amor cotidiano,
desgastándonos para servir de algo a los que nos rodean y tienen
derecho a esperar algo de nosotros (es decir, nuestros prójimos), somos
pan que se parte en la mesa de la vida que Dios sirve a nuestros
hermanos, y que ellos pueden compartir, si nosotros no se lo
impedimos...Volver al inicio de la predicación...