1. PARA QUE LAS COSAS DUREN HACE FALTA QUE
TENGAN RAÍCES PROFUNDAS... Lo vemos con claridad, si se trata de
árboles. Nos gusta verlos y dibujarlos llenos de follaje, altos y
fornidos, capaces de cobijarnos con sus ramas. Pero esto no es posible,
si el árbol no cuenta con raíces profundas, ya que inmediatamente se
vendría abajo. Nos lo recuerda el Soneto de
Francisco L. Bernárdez, que nos habla de muchos aspectos de la vida
recordándonos que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene
sepultado...
También las alegrías reclaman
raíces profundas. Puede pasarse muy rápidamente de la sonrisa a la
amargura, y salir de ella casi sin darse cuenta, si nos movemos sólo
por encima de la superficie de las cosas, sin profundizar en ellas.
Todos conocemos historias, como por ejemplo las de los payasos, que
tienen la sonrisa a flor de piel cuando se trata de hacer reír a otros,
pero que después, en su vida personal, pueden estar cargados de
tristezas y amarguras de las que los que se ríen con él no se enteran...
2. LA ALEGRÍA DE JESÚS RESUCITADO HUNDE SUS
RAÍCES EN EL CAMINO DE LA CRUZ... No se trata, entonces, de una alegría
improvisada o fugaz. Fue construida pacientemente, desde el primer
instante, con la fidelidad de Jesús a la voluntad de Dios, nuestro
Padre. Jesús vino para salvarnos, porque estábamos postrados gravemente
por el pecado, que nos somete a la descomposición de la muerte. La
redención tenía que ir a fondo, de forma incisiva. El Amor de Dios
asumió entonces nuestra condición allí donde estaba, sometida a la
muerte, y hundiendo sus raíces en la Cruz, nos rescató con la
resurrección de Jesús...
La fidelidad de Jesús al Amor de Dios lo
llevó por el camino de la Cruz, en la que su entrega por nuestra
salvación fue coronada hasta el fin. La resurrección, entonces, no
aparece en el horizonte de Jesús de cualquier manera, sino como
consecuencia de un camino en el que se fueron construyendo sus raíces
profundas. Y esa resurrección de Jesús es nuestra salvación, porque con
ella se nos abrieron nuevamente las puertas del Cielo, que la ceguera
del pecado y del rechazo de Dios nos habían cerrado...
3. SOMOS TESTIGOS DE UNA
ALEGRÍA PROFUNDA: SUS RAÍCES SE ALIMENTAN EN LA CRUZ... Todo el mundo
tiene derecho a esperar de nosotros el testimonio de esta verdadera
alegría. La hemos recibido como un don gratuito, y estamos llamados a
mostrarla de la misma manera...
Como testigos de esta alegría
que hunde sus raíces y encuentra su alimento en la Cruz, sabemos que no
nos bastarán las palabras para anunciar a los demás lo que creemos. Por
supuesto, las palabras no deberán faltarnos, pero más allá de ellas,
será nuestra perseverante tenacidad para recorrer el camino del amor,
del que nos habla todo el Evangelio, lo que nos hará creíbles para los
que nos escuchen...Volver al inicio de la predicación...