1. SIEMPRE HAY TORMENTAS EN EL MAR. PERO LAS
HAY TAMBIÉN EN LA TIERRA... No faltan las tormentas en el mar. Y allí
se hacen especialmente peligrosas. Porque cuando se agitan las aguas,
no queda ningún punto firme, todo se mueve y no hay donde apoyarse o
sostenerse. En los lagos, por otra parte, las tormentas tienen
características especiales. Lo experimentamos una vez con un grupo de
peregrinos en el llamado "mar de Tiberíades", que es en realidad un
lago, donde Jesús encontró a los pescadores a los que llamó para que lo
siguieran y confiarles la misión de ser sus Apóstoles. Basta que
comience a soplar un poco de viento, para que de un momento para otro,
sin previo aviso, el agua calma y planchada comience a agitarse con
fuertes olas...
De todos modos, no sólo en el mar se dan las
tormentas. También las hay en tierra firme. Y a veces su bravura es tal
que causan estragos, al punto que parece que hasta la tierra pierde su
firmeza. Muchas ciudades de Argentina, comenzado con Buenos Aires, en
algunos días de fuertes tormentas fuertes, cuando llueve mucho y con
gran intensidad, las calles se inundan porque los desagües no alcanzan
a despejar la cantidad de agua que cae, y a veces hasta desaparece la
posibilidad de circular por ellas...
De todos modos, no deberían sorprendernos
tanto las tormentas. Ya sabemos que existen. Con más y con menos,
siguen un ritmo semejante a lo largo cada año relacionando con las
estaciones, y tienen una precisa función en la naturaleza, dando lugar
al ciclo del agua. Esta se evapora, por los efectos de la temperatura,
de las superficies expuestas al contacto con el aire (mar, lagos, ríos,
etc.). Se forman así las nubes, que se desplazan con su carga de
humedad debido a los vientos y a las diferencias de temperatura, hasta
que cuando se reúnen las condiciones adecuadas se descargan a través de
las lluvias, que ayuda a que germinen las semillas que nos darán los
vegetales de los que nos servimos para nuestra alimentación...
2. CUANDO LLEGAN LAS TORMENTAS, JESÚS CALMA
LAS AGUAS Y QUITA LOS MIEDOS... Como a los
Apóstoles, también a nosotros nos sucede que a veces nos encontramos
con tormentas que nos asustan. La tormenta puede ser una enfermedad que
nos aparece de sorpresa, a nosotros mismos o a alguien que está cerca
de nosotros. La tormenta puede ser también la tristeza, que muchas
veces se convierte en una nube que nos envuelve sin dejarnos ver nada.
La tormenta puede ser también un fracaso laboral o económico, del que
no sabemos cómo salir para adelante. La tormenta puede ser un fracaso
afectivo, que nos deja heridas que no sabemos cómo reparar. La tormenta
puede ser también, cuando golpea a nuestra puerta o a la de las
personas que más queremos, la misma muerte...
Lo que primeramente importa
en
los tiempos de tormentas es que nos demos cuenta que a Dios no lo toman
por sorpresa. Como en la vida de la naturaleza, en la omnipotente
providencia de Dios las tormentas de nuestra vida también están
previstas. Dios tiene encerrado al mar "entre dos puertas", nos dice Job, que lo supo del mismo Dios, en medio de su propia
tempestad. Por eso, así como podemos estar seguros que Dios está
siempre de nuestro lado, ya que nos ha hecho para Él y para nuestro
bien, también podemos estar seguros que, permaneciendo con Él, es
posible pasar las tormentas...
3. SI VAMOS CON JESÚS Y EN LA BARCA, PODREMOS
SUPERAR TODAS LAS TORMENTAS... Jesús ha venido para que podamos superar
las tormentas. El nos ha invitado a su barca, que es la Iglesia, y nos
ha invitado a navegar junto con Él.
Nos acompaña en toda la marcha, porque nos quiere para siempre junto a
Él...
Podrán seguir viniendo muchas tormentas en
todos los ámbitos de
nuestra vida, personal y social. Podrán llegar tormentas en nuestra
salud, en nuestra vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y
en
nuestra vida social. Podrán llegar
tormentas incluso que hagan temblar nuestra fe, así como llegará
también para cada uno la muerte. Pero con Jesús en la
barca,
también llegará la calma...Volver al inicio de la predicación...