1. TODOS CELEBRAN LA
NAVIDAD, AUNQUE NO
SIEMPRE SE SEPA POR QUÉ... Se sabe que el día de Navidad no se editan
los periódicos. Sin embargo, ahora que casi todos tienen su página en
Internet, es posible seguir allí las noticias más importantes. Basta
una mirada por los principales para darse cuenta que es un día de
fiesta, aunque no siempre se sepa el motivo de la celebración. Más de
uno de nosotros habrá recibido incluso algún saludo por correo
electrónico o por algún medio más tradicional, de alguien que celebra
"estas fiestas", sin mayor aclaración o referencia religiosa. Lo decía
Benedicto XVI en la última
Audiencia antes de la Navidad: se trata de una fiesta
universal,
incluso quien no se profesa creyente puede percibir en esta anual
celebración cristiana algo de extraordinario y de trascendente, algo
íntimo que habla al corazón. Es la fiesta que canta al don de la vida,
el nacimiento de un niño debería ser siempre un evento que llena de
alegría, el abrazo de un recién nacido suscita normalmente sentimientos
de atención y de premura, de conmoción y de ternura...
Pero bajo
el influjo de un consumismo hedonista, desgraciadamente la Navidad
corre el riesgo de perder su significado espiritual para reducirse a
una mera ocasión comercial de adquisición e intercambio de regalos. En
realidad, sin embargo, las dificultades y las incertezas y la misma
crisis mundial económica que en estos meses están viviendo muchas
familias y que llega a toda la humanidad pueden ser un estímulo que
lleve a redescubrir el calor de la simplicidad, de la amistad y de la
solidaridad, valores típicos de la Navidad. Despejado de las
incrustaciones consumistas y materiales, la Navidad puede ser así una
ocasión para recoger, como un regalo personal, el mensaje de esperanza
que surge del misterio del nacimiento de Jesús. No alcanza con la magia
que se espera de una noche, para que la Navidad
sea una gran fiesta. Nada cambia, si sólo cambia lo que comemos,
bebemos y decimos. La magia siempre se acaba, y la realidad vuelve, en
el mismo lugar y del mismo modo en que la dejamos...
2. JESÚS VINO EN EL
PESEBRE, PARA SER LA FUENTE DE LA ALEGRÍA Y DE LA MISERICORDIA... Hay
ciertas palabras que pertenecen especialmente a la celebración de la
Navidad porque hunden sus raíces más profundas en el Pesebre. Es una
celebración de la Luz, porque puede disipar todas las tinieblas, que
son tantas y tan oscuras en nuestro tiempo. Es una celebración de la
Paz, que comienza con una Noche de Paz a la que se le canta en todos
los idiomas y en todos los rincones del mundo, incluso haciendo un alto
en las trincheras de la guerra, a pesar de que en algunos lugares nos
empeñemos todavía en celebrarla con los "ruidos de la guerra". La misma
pólvora que sirve para hacer cohetes y cañitas voladoras es la que se
usa para hacer balas y bombas. Pero no nos enojemos demasiado por el
dinero que se gasta en estos festejos, en realidad deberíamos hacerlo
por ser mejores y más convincentes testigos de la Luz y de la Paz que
surgen de esta Fiesta...
Sin
embargo, si tuviera que elegir, me parece que para este tiempo es una
Fiesta que nos habla especialmente de la alegría y de la misericordia.
No solamente por la música con la que intentamos alegrarla (en verdad,
no siempre suficientemente religiosa), sino porque se trata de una
especial necesidad de nuestro tiempo, en el que se multiplican los
motivos de tristeza, y seguirá siendo siempre Jesús quien nos pueda
llevar a las razones profundas de la alegría, que verdaderamente
necesitamos, pero además que ciertamente podremos encontrar en la
ternura del Pesebre. Pero además, porque en estas celebraciones
podremos encontrar razones suficientes para volver a las fuentes de la
misericordia, que nos permitan encontrar en nuestros corazones un lugar
para las miserias de los demás, que son las razones por las que Dios se
hace siempre un lugar en su corazón para acudir hacia nosotros con su
amor misericordioso, con el que vuelve a venir hacia nosotros cada vez,
como lo hizo en la noche de Belén, para ofrecernos su perdón y su
misericordia...
3. JESÚS
VIENE EN NAVIDAD EN EL PESEBRE, Y SE QUEDA TODO EL AÑO EN LA
EUCARISTÍA... Es al Pesebre donde podemos ir cada año de un manera
renovada e encontrar a Jesús, fuente de nuestra alegría más profunda, y
de la misericordia que necesitamos cada día. Allí podremos encontrarlo
siempre. Allí estuvieron para recibirlos José, María y los Pastores...
Pero
ese mismo Jesús
que nació en Belén
para llenarnos con su Luz y disipar todas nuestras tinieblas, es el que
viene a nosotros en cada Misa. Está aquí y de la misma manera que llegó
al Pesebre, para darnos Luz con con su Palabra clara y clarificadora. Y
como nos decía Juan
Pablo II en su última Misa de Nochebuena, Belén significa
casa del
pan. En cada Misa, entonces, y en el Sagrario, Jesús está esperándonos.
Este Niño
Jesús, tierno en el Pesebre y sufrido en la Cruz, está hecho alimento
para nuestra salvación, y se nos ofrece todos los días en la
Eucaristía. A todos y a cada uno de nosotros nos basta recibirlo a
Jesús, y aceptarlo con toda su Palabra salvadora, que ordena nuestra
vida, para que se disipen las tinieblas en las que nos vemos
envueltos y encontremos la Luz y la Paz que nos hacen falta cada día...Volver al inicio de la predicación...
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