1.
NO SE
LE PUEDEN PEDIR PERAS
AL OLMO, PERO SÍ SE LE PUEDEN PEDIR AL PERAL... Los refranes, nacidos
de la experiencia de los pueblos, están cargados de sabiduría popular.
Dice uno de ellos, oportuno para las reflexiones de hoy: "Al que nace
barrigón, es a ñudo que lo fajen". Dicho de otra manera, al barrigón,
por más que se lo apriete con la faja, siempre seguirá barrigón.
Sacando una conclusión más amplia que se refiera no sólo a la panza,
podemos decir que de cada uno hay que esperar lo que puede dar, y no
otra cosa...
Hay
otro
refrán que dice: "no se le pueden pedir peras al
olmo". El peral y el olmo son dos árboles parecidos, de la misma
familia, pero son distintos, y sus frutos también.
El olmo da muy buena sombra,
pero sus frutos no son comestibles. Es el peral el que nos da las
peras, pero no nos cobijamos bajo sus sombra; no serviría hacerlo en
invierno, porque pierde las hojas, y hacerlo en verano puede hacer que
se nos caiga una pera madura en la cabeza. Por eso el olmo nunca
nos podrá dar peras, pero el peral sí, porque
está hecho para
eso. Mientras tanto, el
olmo es bueno para darnos sombra (como puede verse en la foto de la
derecha). Todo andará bien, si de cada árbol esperamos los frutos que
puede efectivamente dar...
2.
ESTAMOS HECHOS PARA AMAR COMO JESÚS NOS
AMA, Y PORQUE JESÚS NOS AMA... Nuestras raíces están en Dios, y estamos
hechos a su imagen y semejanza. Tal como es Dios Padre con Jesús, así
también es Jesús con nosotros. Por eso nos llama a recorrer un camino
que Él ha recorrido primero...
Jesús nos
llama a amar a todos los hombres,
sin excluir a ninguno. Y no hace falta que los destinatarios de nuestro
amor nos demuestren una extraordinaria calidad humana o
sobrenatural que nosotros podamos exigirles para que sean destinatarios
de nuestro amor. Sí tenemos el derecho de elegir a quién va nuestro
voto, como tendremos oportunidad de hacer cuando en seis semanas más
estemos ejerciendo este derecho en las elecciones legislativas en
Argentina, y los que quieran nuestro voto tendrán que demostrarnos que
lo merecen. Pero cuando se trata del amor a los hermanos, es el mismo
Dios el que da fundamento a nuestro amor
a todos los hombres. Estamos llamados a amar a todos no por sus
"merecimientos", sino porque Jesús nos ama
a nosotros...
Por otra
parte, la medida del amor del amor al que Dios nos llama,
es un amor que "no tiene medida". Nos llama a amar a todos,
hasta dar
la vida, es decir, con todo, y sin límites. La medida puede servir para
jugar deshojando margaritas ("me quiere mucho, poquito, nada"), pero el
amor al que Dios nos llama no admite medida. "No hay amor más grande
que
dar la vida por los amigos", nos dice hoy Jesús. Nos lo dice Él, que
nos considera sus amigos y dio la vida por nosotros en la Cruz para
que con su Resurrección todos podamos tener cabida en la Vida eterna
que ha puesto a nuestro alcance. No se pueden "elegir" los
destinatarios de nuestro amor, todos sin distinción,
tienen derecho a que nosotros los tratemos de esa manera y nos
brindemos con esa medida. Decimos habitualmente que "los amigos de mis
amigos son mis amigos": Jesús considera sus "amigos" a todos los
hombres, y son, por lo tanto, también los míos. Por todos y por cada
uno de ellos Él dio la vida en la Cruz, y por eso espera que yo los
trate de la misma manera...
3. DIOS NO NOS PIDE
MILAGROS,
PERO SÍ QUE AMEMOS COMO ÉL NOS AMA... A veces puede parecernos que eso
de "dar la vida por los amigos" es cosa de héroes, y que nosotros nos
estamos a la altura de semejante medida del amor. Sin embargo, no es
así. Los que se dedican a correr
maratones no corrieron 42 Kilómetros (la distancia de estas carreras)
la primera vez que salieron a correr. De a poco fueron sumando cada vez
más distancia en sus entrenamientos, hasta que estuvieron preparados
para llegar a esa cantidad. Así también sucede con nuestra capacidad de
amor...
Se puede
amar a Dios de una manera extraordinaria dando la vida de un momento en
el martirio. Pero también amamos como Dios nos ama cuando
damos la vida "gota a gota", día a día, cuando con constancia
vamos intentando hacer lo que es bueno para los demás, en cada ocasión
y en todo momento. Ese amor perseverante de los que responden cada día
con amor a Dios va haciendo que el mundo sea cada
vez más a la medida de Dios. Por el camino del amor las manos de cada
uno se convierten en signos y cauces del amor de Dios, que se
manifiesta en todos y
para el bien de todos...Volver al inicio de la predicación...