En el pesebre y en el corazón...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación en la Navidad de 2002. Con ella les envío también mi más cálido saludo, en este día fuente de toda Paz y de toda Luz, que surgen del Pesebre. Me basé en estas frases de las lecturas bíblicas del día:

1. A VECES PERDEMOS LA PACIENCIA SI NO OÍMOS O SI NO NOS OYEN... y nos gustaría tener un megáfono para poder decir las cosas sin gritar, o un amplificador bien disimulado para no tener que estar todo el tiempo preguntando: "¿Qué dijiste?" o excusándonos diciendo: "No te oí, ¿Me lo repetís?"

A veces es el tiempo (el tiempo que hace que hemos nacido...), el que nos va quitando sensibilidad y nos hace más difícil oír. Pero también hay que tener en cuenta el refrán, según el cual "no hay peor sordo que el que no quiere oír". A veces podemos escudarnos en que no oímos para sentirnos liberados de llevarle el apunte o de hacerle caso al que nos habla...

 
Así Dios, desde siempre hizo oír su Palabra a los hombres, y muchas veces nos hemos mostrado sordos o lo suficientemente distraídos como para no hacerle caso. Eso pasó desde antiguo, y puede seguir pasando en nuestro tiempo...
 
Todas las cosas fueron hechas por la Palabra de Dios, nos dice San Juan. Y todas las cosas nos hablan de Dios, aunque a veces estemos sordos ante esta Palabra continua de Dios. Pero además, como dice la Carta a los Hebreos, Dios también nos habló antiguamente largo y tendido a través de los Profetas, y muchas veces también lo hemos dejado pagando...
 
Pero Dios no pierde la paciencia. Él, que nos habla a través de todas las cosas, que se hicieron por su Palabra, Él, que pronunció su Palabra a través de los profetas, siguió insistiendo con paciencia, para que lo oyéramos:
 
2. LA PALABRA DE DIOS SE HIZO OÍR EN BELÉN, CON PACIENCIA Y AMOR... Nos dice también San Juan que la Palabra de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros...
 
Es una Palabra sencilla y contundente. Dios se hizo Hombre, para pronunciar humanamente su Palabra. Para que Jesús dijera una Palabra que es verdaderamente de Dios, que pudiéramos entender y acoger todos los hombres. Es además una Palabra eficaz, porque no son sólo sonidos, sino especialmente hechos. Es una Palabra que asume toda nuestra miseria y nuestra debilidad humana, que no encuentra más que un Pesebre donde recostarse, que de allí, siguiendo el camino que lo llevó a desplegar con inmensa paciencia la misericordia de su Amor, llegó a la Cruz, para entregarlo todo. Y que, resucitando, nos abrió para siempre las Puertas del Cielo.
 
La Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros para que todos pudiéramos recibir su Vida, esa que no se acaba con la muerte, y para que su Luz brillara entre nosotros, disipando todas nuestra tinieblas, desde aquella oscura noche de Belén, en la que los brazos de María y los cuidados de José lo recibieron. El tiene y trae la Paz que todos buscamos y necesitamos. Por eso la noche de Navidad muchas veces es ocasión, aún para los que no comparten nuestra fe, la expresión de un deseo incontenible de la paz que necesitamos en nuestras familias, en nuestra patria, en el mundo entero.
 
De todos modos, nosotros sabemos, habiendo conocido a Jesús, que esa paz no se construye de cualquier manera, y no se logra así nomás...
 
3. LA PAZ DE TODO EL MUNDO NACE EN EL PESEBRE Y COMIENZA EN CADA CORAZÓN... Esa Paz, que anoche el Papa Juan Pablo II pedía con insistencia para la misma ciudad de Belén que fue testigo del Pesebre y de los Pastores, suplicando a todos los que tienen responsabilidad para alcanzarla, nace y nacerá siempre del Pesebre, pero echará raíces sólo en los corazones que encuentre bien dispuestos.
 
Para todas las situaciones que sabemos necesitadas de Paz, para todas las familias enfrentadas, para todos los desencuentros entre hombres de una misma o distintas razas, la Paz nacerá siempre del Pesebre, donde podemos también siempre acercarnos para recibirla. Y esa misma Paz, si nos encuentra dispuestos, inundará nuestros corazones...
 
¡FELIZ NAVIDAD, CON JOSÉ, MARÍA Y LOS PASTORES, JUNTO AL PESEBRE!


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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