Para hacer las cosas bien...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 8 de junio de 2003, Domingo de Pentecostés. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
1. HOY ES FÁCIL SENTIR TRISTEZA, DESILUSIÓN Y DESESPERANZA... Sobran motivos para que nuestro ánimo se deslice hacia abajo por las laderas de esas colinas. No alcanzan, por supuesto, pequeñas distracciones, como un triunfo futbolístico de la selección nacional, en horarios en los que la mayor parte de los argentinos se debatían en combate desigual contra las sábanas (comenzó a las siete de la mañana), para cambiar el clima de descreimiento que nos envuelve. Tampoco parecen suficientes algunos rayos de luz que muestra la nueva administración, que no nos permiten saber si anuncian cambios maduros en nuestra cultura democrática, o simplemente tormentas y luchas por el poder de las que ya somos testigos al borde del hastío...
 
Pero si miramos todavía más hacia lo profundo, siempre es más fácil la tristeza, la desilusión y la desesperanza, sobretodo si, frente a las circunstancias que nos rodean, nos quedamos pasivamente tirados en un sillón, mirando cómo las cosas pasan, sin atinar a una respuesta con la que sumemos nuestra propio esfuerzo para darles una dirección...
 
También los Apóstoles, después de la muerte de Jesús, se quedaban en el Cenáculo, con las puertas cerradas, por temor a los judíos, que los habían visto compartiendo con Él sus últimos días. En esas circunstancias se les apareció Jesús que, resucitado, esperaba el momento oportuno para cambiarles el ánimo con sus apariciones, y confiarles una misión...
 
2. EL ESPÍRITU SANTO NOS DA LA PAZ Y LA ALEGRÍA QUE VIENEN DE DIOS... Cuando se aparece a los Apóstoles, Jesús expresamente les entrega el don de la paz, e inmediatamente ellos se llenaron de alegría. Ambos dones provienen de Dios, y Jesús se los comparte dándoles el Espíritu Santo, que es Dios junto con el Padre y el Hijo (de eso nos hablará la celebración del próximo Domingo).
 
El Espíritu Santo viene siempre con estos dones de la paz y la alegría, ya que nos garantiza que Dios está siempre "de nuestro lado". Todo el camino recorrido por Jesús, desde los maderos del Pesebre hasta los maderos de la Cruz, está hecho para nuestra salvación, y también su Resurrección. El Espíritu Santo viene a hacernos partícipes de esta Vida que Jesús ha ganado para nosotros, y que venimos celebrando desde la Vigilia Pascual, representada en el Cirio Pascual, que hemos encendido sin interrupción a lo largo de estos cincuenta días en cada Misa.
 
Pero el don de Dios trae, junto con la paz y la alegría, una misión y una tarea. Jesús les da el Espíritu Santo a los Apóstoles para que lleven la paz y el perdón a todos los rincones del mundo, es decir, les encarga la inmensa tarea de reconciliar el mundo, y todos sus habitantes, con Dios, a través del don del Espíritu Santo.
 
Y a nosotros Dios nos hace participar de esa misma tarea. Dios, que puede hacer todo por su cuenta, quiere hacerlo con nosotros, porque para eso nos hizo semejantes a él, libres y artífices de nuestro destino. Para eso no da el Espíritu de Jesús, el que animó a los Apóstoles, el que nos hace participar de la Vida de Jesús, ganada en la Resurrección, y regalada a cada uno de nosotros en el Bautismo.
 
Si quisiéramos saber con precisión cuál puede ser el don que el Espíritu Santo tiene especialmente preparado para cada uno de nosotros en este día, bastaría que miráramos a nuestro alrededor, y conociendo lo que los que nos rodean necesitan de nosotros, tendríamos pistas claras del don que el Espíritu Santo nos está dando. Porque, como dice San Pablo, en cada uno el Espíritu Santo se manifiesta para el bien común. Por esta razón, cada uno de nosotros podemos y debemos hacernos responsables de lo que el Espíritu Santo pone en nosotros para contribuir al bien común, ese bien que es necesario, y previo al bien de cada uno, sin el cual no hay un bien para cada uno...
 
3. CON EL ESPÍRITU SANTO, ESTAMOS LLAMADOS A DAR FRUTOS PARA EL BIEN COMÚN... El Espíritu Santo nos anima a todos y a cada uno, para hacer lo que nos toca, en la Iglesia y en el mundo, de manera que podamos aportar al bien común. Esto también sucede en nuestra familia, en nuestro lugar de trabajo, en todos los ambientes en los que nos movemos, y también en la Argentina de hoy.
 
Quiere decir que Dios pone su parte, para que, entre todas las cosas que urgen, cada uno pueda empezar a hacer mejor, y decididamente bien, lo que le toca. No hace falta, es más, no podemos quedarnos esperando que "las cosas cambien", por arte de magia o por lo que el Espíritu de Dios suscite en el corazón de grandes héroes de nuestro tiempo. Simplemente, como decía Santa Teresa del Niño Jesús (Santa Teresita), tenemos que hacer extraordinariamente bien las cosas simples y ordinarias propias de cada uno. Y para eso nos ayuda el don del Espíritu Santo. Con ese entrenamiento, también sabremos hacer bien las tareas y las misiones más complejas...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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