Testigos de lo que creemos...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 13 de julio de 2003, XV Domingo del Tiempo Ordinario. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
Peso del mundo1. A VECES TENEMOS POR DELANTE TAREAS QUE PARECEN IMPOSIBLES... Por ejemplo: ¿Como hacemos hoy para que la familia vuelva a ser un valor incuestionable que, con sus más y sus menos, todos respeten y custodien, como única célula básica sobre la que se puede fundar una sociedad sana?
 
¿Cómo hacer para que se vuelva a descubrir la sexualidad como un profundo valor, que es a la vez físico y espiritual, inherente a la naturaleza humana, y que Juan Pablo II se animó a definir como la capacidad de donación total de la persona, de modo que se la respete en toda su dimensión, sin que se la degrade o instrumentalice sólo como una fuente de placer egoísta, llevándola hacia las aberraciones que hoy vemos con tanta frecuencia y en tantas formas?
 
¿Cómo hacer para que nuestra cultura vuelva a tener valor el principio de autoridad, de modo que todos estén dispuestos a obedecer al que manda, y el que manda lo haga bien?
 
¿Cómo lograr que la justicia y la caridad vuelvan a convertirse en las virtudes rectoras de la vida social, de modo que la política no sea sólo "el arte de lo posible", entendiendo por tal lo que sirve para alcanzar el poder en orden a obtener ventajas personales o corporativas, sino una verdadera pasión para construir el bien común, entendido como el conjunto de condiciones necesarias para que sea posible el bien de cada uno?
 
La respuesta es muy fácil: todo esto se puede realizar, simplemente impregnando todas las realidades humanas con la Buena Noticia que Jesús nos ha anunciado, el Evangelio. Pero además, esta es con toda claridad nuestra misión...
 
Apóstoles2. POR LA FE SOMOS TESTIGOS ANTE TODOS LOS HOMBRES DE AQUELLO QUE CREEMOS... De la misma manera que a los Apóstoles, la fe que creemos hace que nuestra vida sea una misión. Como ellos, somos enviados para ser testigos de nuestra fe ante todos los hombres de nuestros tiempo.
 
Ellos fueron enviados de dos en dos, porque para que fuera creíble un testimonio en el tiempo y en la cultura de los Apóstoles, era un requisito jurídico que fueran al menos dos los testigos coincidentes. Hoy podemos decir que, en nuestra cultura, un testigo se hace creíble si demuestra con su vida que realmente cree en lo que dice con la boca. Como decía Pablo VI: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio" (Discurso a los miembros del Consejo para los Laicos, 2 de octubre de 1974). Por lo tanto, hoy somos enviados por Jesús a dar testimonio con nuestra vida, de aquello que creemos, porque sólo de esta manera seremos verdaderamente creíbles...
 
San Pablo nos recuerda y nos resume hoy con toda claridad aquello que creemos: Dios, nuestro Padre, nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales, nos los ha preparado en el Cielo. Nos ha elegido, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Nos ha hecho herederos de su gloria, y por eso nos ha llamado a vivir con nuestra esperanza puesta en Jesús.
 
Es posible, de todos modos, que para ser testigos de todo esto necesitemos más fuerza que la que tenemos. Por eso, junto con la misión, Jesús nos deja, igual que a los Apóstoles, precisas instrucciones:
 
Eucaristía3. PARA SER TESTIGOS DE DIOS, CONTAMOS CON NUESTRA POBREZA Y SU FORTALEZA... Nada de llevar pan, o dinero, o provisiones, le dice Jesús a los Apóstoles. Sólo un bastón, porque hay que apoyarse y sostenerse en la marcha, como se hace en la vida; un par de sandalias, porque a veces es áspero y pedregoso el camino; y una túnica que abrigue y proteja, como también lo hacen las virtudes. Es que a ellos, y a nosotros, nos basta nuestra pobreza, cuando tenemos la fortaleza de Dios.
 
Pensemos en la Beata Juana Jugan, que empezó, en 1839, a fundar los Hogares de Ancianos, y después las Hermanitas de los Pobres, que los atienden. No tenía ni pan, ni dinero ni provisiones. Todo esto lo mendigaba en cada lugar donde lo necesitaba para atender a los Ancianos. Y así siguen manteniendo hoy las Hermanitas de los Pobres los cerca de 300 Hogares que atienden esparcidos por todo el mundo. Ellas cuentan con su pobreza, y se apoyan en la fortaleza de Dios. La presencia de Jesús en la Eucaristía, la firmeza de su oración cotidiana, su confianza en la providencia, es suficiente para que den un testimonio creíble de la fe que las anima.
 
Para la misión de testigos que todos tenemos por delante, no tenemos y no necesitamos ni el poder ni la eficacia que pueden dar las potencias de este mundo. Nosotros tenemos la eficacia que proviene de la Palabra y la Presencia de Jesús, y es eso lo que nos hace sus testigos en todos los lugares donde nos movemos y existimos, capaces no sólo de sostener, sino de transformar el mundo...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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