1.
QUEREMOS ALCANZAR EL PRIMER LUGAR SIEMPRE Y EN TODO LO
QUE
HACEMOS... No sé si es fruto de la educación o si
a todos nos pica un
bicho que nos inclina para ese lado, pero nos sucede en la vida, y
sucede también sin duda en el deporte.
Nosotros, los argentinos, con esa cierta soberbia que nos caracteriza
(al menos a los porteños),
lo hacemos notar de un modo especial. Cuando comienza un
campeonato, del tal modo tenemos la ilusión de lograr el
primer puesto,
que no nos imaginamos ningún otro posible. Y cuando se
trata del deporte profesional (especialmente el fútbol, pero
no sólo
él), el primer puesto se convierte en una
obsesión. Tanto es así que
alguno dijo una vez, cuando su equipo salió segundo y no se
quedó para
recibir la medalla del vice campeón en la ceremonia de
coronación del
campeón, que no sabía que había una
medalla para el que salía
segundo....
No deja de ser
curioso, porque antes de empezar cualquier
competencia está claro no todos pueden ganar.
Bastaría para dar sentido
a
la participación de todos los que toman parte de cualquier
competencia
que cada uno se conformase con el mejor lugar al
que puede aspirar conforme a sus condiciones. La sana
competencia, justamente, consiste en poner en juego las capacidades de
cada uno, para compararlas con las de los demás, y esto da
por sentado
que no todos podrán demostrar las mismas, y
además que las de uno no
invalidan las de los otros. Esto vale para todos los deportes, ya sea
individuales, de parejas, o grupales...
El oro, entonces, o el
primer puesto, no es para todos, sino sólo para uno. Y las
competencias
no tendrían sentido, si sólo obteniendo el primer
puesto o el oro
valiera la pena haber participado. Es más, si
sólo se aceptara el
primer lugar en las competencias deportivas, y con mucha
más razón en la vida, estaríamos
errando mucho al camino para el que
hemos sido hechos. Ganar es importante, y una gran alegría,
pero no lo
es todo. Y muchas veces ni siquiera lo más importante ya que
la vida,
que ha salido de las manos de Dios, para todos tiene un sentido, aunque
no para todos haya medallas y coronas en todas las ocasiones. Por eso
Jesús hoy, en feliz coincidencia con el final de las
Olimpíadas, quiere enseñarnos a través
de su Palabra, en dos parábolas,
dos actitudes que verdaderamente hacen a la paz y a la
alegría: la
humildad y el desinterés...
2. TODO ES DON EN EL
REINO DE DIOS. EL PRIMER LUGAR ES DE LOS QUE
SIRVEN... Es un error creerse siempre y en todo mejor que los
demás. Si
así lo hiciéramos, quizás
terminaríamos pensando que hasta delante de
Dios nos merecemos algunas medallas. Pero nunca será
así, ya que el
Reino de Dios, al que Él mismo nos invita, siempre
será un don que
recibimos gratuitamente...
Yo creo
que la figura de este Papa fue creciendo precisamente por esto, porque
no fijó en él, sino en el servicio que
podía hacer por lo demás. Estoy
seguro que quizás algunos de sus colaboradores,
así como otros fieles,
hubieran deseado que en sus últimos días no se
expusiera, como lo hizo
dramáticamente, a que lo viéramos limitado por la
enfermedad,
asomándose al balcón tratando de decirnos alguna
palabra y quedándose
totalmente imposibilitado de hablar (justo él, que fue el
Papa de la
palabra). Como así también sus últimos
años se dejo ver en su
debilidad, imposibilitado de moverse (justo él, el Papa
viajero). No se
preocupó de su figura, no "cuidó su imagen", sino
que permaneció fiel e
infatigable en su servicio, sin el mismo dinamismo pero con la misma
entrega del primer día...
3.
TENEMOS QUE INVITAR A LOS MÁS POBRES AL BANQUETE DE NUESTRO
AMOR... Porque puestos a servir, también podemos caer en la
trampa de
buscar la recompensa que premie nuestro esfuerzo, mientras que
Jesús
nos exhorta a hacer el bien sin esperar nada a cambio...
Por eso,
puede ayudarnos pensar que cada uno de nosotros somos como un
banquete, en el que Dios ofrece a los demás sus dones. No
hace falta
que nos gastemos en invitar a los que nos conocen y a los que nos
quieren, a nuestros parientes y amigos, a servirse de esta mesa que
Dios prepara para ellos en nuestro corazón. Lo
harán espontáneamente,
sin necesidad de que los invitemos. Pero sí hace falta que
invitemos a
servirse de todos los dones que Dios pone en nosotros a los que no nos
conocen y a los que no tienen cómo agradecernos. Eso
ayudará a que
nuestro amor sea más puro y desinteresado.
Bastará que nos demos cuenta
que todo lo hemos recibido de Dios, y que, por lo tanto, no somos
propiamente dueños de nada, para que busquemos compartir
todo lo que
somos y lo que tenemos con los demás, sin pedir ni buscar
nada a
cambio...Volver al inicio de la predicación...
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