¿Las cosas ya, o perseverando...?

Queridos amigos:

 
Para empezar, feliz día a todas las madres. Hoy, al enviar este correo, he rezado especialmente por ustedes. Y aquí va mi predicación de esta mañana, 21 de octubre de 2001, XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de este domingo:
  1. "Mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía..." (Éxodo 17, 11)
  2. "Sus brazos se mantuvieron firmes hasta la puesta del sol" (Éxodo 17, 12)
  3. "Toda la Escritura está inspirada por Dios, y es útil para enseñar y para argüir, para corregir y para educar en la justicia" (2 Timoteo 3, 16)
  4. "Es necesario orar siempre, sin desanimarse" (Lucas 18, 1)
  5. "Un juez [injusto], que no temía a Dios, ni le importaban los hombres" (Lucas 18, 2 [6])
  6. "En un abrir y cerrar de ojos les hará justicia" (Lucas 18, 8)

 
Hay chicos malcriados y consentidos, que quieren "todas las cosas, ya...". Así vuelven locas a las madres (aún en este día tan especial, en las que ellas deberían ser el centro...).
 
Sin embargo, hay cosas que no pueden estar siempre listas, "ya". Hay cosas que llevan tiempo. Pensemos en un ombú, en un palo borracho, en un ceibo... Pero pensemos también en la educación de una persona, en la educación de un pueblo (¡el nuestro...!), en la preparación profesional, en la destreza deportiva. Todo esto lleva tiempo y esfuerzo...
 
Pensemos también en las virtudes. Pensemos, por ejemplo, en la virtud de la justicia, de la que hoy nos habla Dios en su Palabra. También las virtudes, entre ellas la justicia, llevan tiempo y esfuerzo.
 
Hoy nos hace falta la justicia. Aunque no podamos decir fácilmente quién tenga la culpa, si hay alguien que realmente tenga toda o la mayor parte de la culpa, lo cierto es que en un mundo en que las distancias se acortan, en cambio las diferencias se agrandan ("son cada vez menos los que tienen más y más los que cada vez tienen menos..." dice poco más o menos Juan Pablo II). Sin embargo, no podemos pedirle a Dios, como chicos malcriados, que él se haga cargo, y nos dé "ya" la justicia.
 
El juez injusto no temía a Dios, ni le importaban los hombres. Y la justicia se construye, con mucha paciencia y esfuerzo, queriendo con todo a Dios, e importándonos los hombres. Los que están aquí, al lado, en mi casa, en mi mesa, en mi cuadra, en mi barrio, en mi ciudad. La justicia empieza a construirse, como la paz, desde adentro hacia afuera.
 
Pero además, la justicia de Dios es especial, es diferente. La justicia de Dios es la salvación. Consiste en que todo tenga, finalmente, un buen final, para los que aman a Dios y les importan los demás. Consiste, al fin de cuentas, en que todo el esfuerzo y la virtud del camino no caiga en saco roto y tenga un buen final, un buen sentido. La justicia de Dios es el Cielo...
 
Dios hace su justicia "en un abrir y cerrar de ojos". Ni más ni menos es el tiempo que se toma, sino justamente ése... "Abrimos" los ojos al nacer. Y los "cerramos" definitivamente en nuestra muerte. La justicia de Dios, se toma para cada uno de nosotros ese tiempo. Y para el mundo entero, el tiempo del mundo entero.
 
Confiemos en Dios, y perseveremos en la oración, con los brazos en alto hasta la caída del sol... La muerte es como el atardecer de nuestra vida (dice San Juan de la Cruz), la "caída del sol", y allí seremos juzgados en el amor.. a Dios, y a los hombres.
 
Perseveramos en la oración, sin desanimarnos, pase lo que pase, porque confiamos en Dios y en su justicia. El hace su justicia en un abrir y cerrar de ojos, y nosotros, mientras nos esforzamos trabajando para alcanzar lo que anhelamos, sin quedarnos de brazos cruzados, esperamos confiados...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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