Servir la mesa de los demás...
1. QUEREMOS
ALCANZAR EL PRIMER LUGAR SIEMPRE Y EN TODO LO QUE HACEMOS... No sé
si es fruto de la educación o si a todos nos pica un bicho que nos
inclina para ese lado, pero nos sucede en la vida, y sucede también
sin duda en el deporte. Nosotros, los argentinos, con esa cierta
soberbia que nos caracteriza (al menos a los porteños), lo hacemos
notar de un modo especial. Cuando comienza un campeonato, del tal
modo tenemos la ilusión de lograr el primer puesto, que no nos
imaginamos ningún otro posible. Y cuando se trata del deporte
profesional (especialmente el fútbol, pero no sólo él), el primer
puesto se convierte en una obsesión...
No deja de ser curioso, porque
antes de empezar cualquier competencia está claro que no todos
pueden ganar. Bastaría para dar sentido a la participación de todos
los que toman parte de cualquier competencia que cada uno se
conformase con el mejor lugar al que puede aspirar conforme a sus
condiciones. La sana competencia, justamente, consiste en poner en
juego las capacidades de cada uno, para compararlas con las de los
demás, y esto da por sentado que no todos podrán demostrar las
mismas capacidades, y además que las de uno no invalidan las de los
otros. Esto vale para todos los deportes, ya sea individuales, de
parejas, o grupales...
El primer puesto,
no es para todos, sino sólo para uno. Y las competencias no tendrían
sentido, si sólo obteniendo el primer puesto valiera la pena haber
participado. Es más, si sólo se aceptara el primer lugar en las
competencias deportivas, y con mucha más razón en la vida,
estaríamos errando mucho al camino para el que hemos sido hechos.
Ganar es importante, y una gran alegría, pero no lo es todo. Y
muchas veces ni siquiera lo más importante ya que la vida, que ha
salido de las manos de Dios, para todos tiene un sentido, aunque no
para todos haya medallas y coronas en todas las ocasiones.
2. TODO ES DON EN
EL REINO DE DIOS. EL PRIMER LUGAR ES DE LOS QUE SIRVEN... Es un
error creerse siempre y en todo mejor que los demás. Si así lo
hiciéramos, quizás terminaríamos pensando que hasta delante de Dios
nos merecemos algunas medallas. Pero nunca será así, ya que el Reino
de Dios, al que Él mismo nos invita, siempre será un don que
recibimos gratuitamente...
Santa Juana Jugan,
de quien mañana celebraremos la fiesta por primera vez dentro de su
fecha litúrgica, después de haber sido canonizada el pasado 11 de
octubre por el Papa Benedicto XVI, mostró un camino peculiar de
humillación en el seguimiento de Jesús a través de su servicio a los
ancianos, a quienes recibía en las casas que iba fundando para
cuidar de ellos con exquisita caridad. Lo hacía con su plena
confianza en la Providencia, y con los medios que reunía haciendo la
colecta diaria con su pequeña canasta. Cuando estaba en la Ciudad de
Rennes, tratando de reunir los medios para fundar la segunda casa
iba tocando los timbres con esa pequeña canasta en el brazo, sin
tener siquiera la casa donde comenzar. Un 19 de marzo un señor le
preguntó si ya tenían la casa donde llevar sus ancianas, y cuando
Santa Juana Jugan le dijo que no, él le respondió que tenían la casa
que necesitaban. Menos de una semana después, el 25 de marzo, estaba
ya instalada con sus ancianas en la casa donde llegaron a alojarse
45 ancianos, además de las Hermanitas de
los
Pobres que cuidaban de ellos...
3.
TENEMOS QUE INVITAR A LOS MÁS POBRES AL BANQUETE DE NUESTRO AMOR...
Porque puestos a servir, también podemos caer en la trampa de buscar
la recompensa que premie nuestro esfuerzo, mientras que Jesús nos
exhorta a hacer el bien sin esperar nada a cambio. A veces de las
formas más sutiles y disimuladas se nos cuela la búsqueda de la
retribución. Quizás nos quejamos porque no nos agradecen algo bueno
que hemos hecho. Quizás también nos lamentamos porque no recibimos
nosotros de los demás tanto amor como el que damos. Como si tuviera
algún sentido esperar retribución por lo hacer lo que el amor nos ha
dictado...
Por eso, puede
ayudarnos pensar que cada uno de nosotros somos como un banquete, en
el que Dios ofrece a los demás sus dones. No hace falta que nos
gastemos en invitar a los que nos conocen y a los que nos quieren, a
nuestros parientes y amigos, a servirse de esta mesa que Dios
prepara para ellos en nuestro corazón. Lo harán espontáneamente, sin
necesidad de que los invitemos. Pero sí hace falta que invitemos a
servirse de todos los dones que Dios pone en nosotros a los que no
nos conocen y a los que no tienen cómo agradecernos. Eso ayudará a
que nuestro amor sea más puro y desinteresado. Como nos enseñó a
hacerlo Santa Juana Jugan y como vemos que lo hacen quienes
colaboran o trabajan hoy en los Hogares de las Hermanitas de
los
Pobres. Bastará que nos demos cuenta que todo lo hemos
recibido de Dios, y que, por lo tanto, no somos propiamente dueños
de nada, para que busquemos compartir todo lo que somos y lo que
tenemos con los demás, sin pedir ni buscar nada a cambio...Volver al inicio de la predicación...
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