El tiempo para dar frutos...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 14 de marzo de 2004, Domingo III de Cuaresma, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
Llanto1. NO HAY LÍMITE PARA LA CRUELDAD CUANDO EL CORAZÓN SE ALEJA DE DIOS... Ya hubo un 11, aquel de septiembre de 2001 en Nueva York, que nos llenó a todos de estupor, dejándonos con el corazón desgarrado y la mirada atónita ante tanto horror y crueldad. Este 11, ahora de marzo de 2004, en Madrid, nos muestra una vez más que no hay límites para la crueldad, cuando el corazón se aleja de Dios...
 
Pero si miramos con atención y con los ojos bien abiertos todo lo que sucede en nuestro tiempo, en este tercer milenio de nuestra era cristiana, no tardaremos en darnos cuenta que estos ataques demenciales del terrorismo no son las únicas crueldades que atentan gravemente contra la dignidad de nuestra vapuleada condición humana...
 
No sólo las bombas, también todas las otras armas que en otros lugares y en otras manos matan o hieren a hombres y mujeres, a grandes y a chicos, a militares y a civiles, con una voluntad y decisión que quiere tomar el lugar de Dios para decidir dónde está el bien y dónde está el mal, queriendo hacer justicia con un gatillo que no se detiene y no hace distinciones, con la venganza, el odio y la destrucción, tiran por tierra la dignidad humana, cuando intenta rescatarla para unos y destruirla en otros, y son crueldades también innecesarias, que se expanden sin límite...
 
Pero también, si pensamos que hoy, mientras los bienes consumibles de la tierra alcanzarían para que todos pudieran vivir con una mínima dignidad, mueren de hambre millones de hombres, mujeres y niños, mientras otros derrochan lujos y comida; si tomamos conciencia que muchos mueren enfermos, porque nadie les acerca las medicinas que podrían salvarlos; si asumimos que muchos son matados en el vientre de sus madres basándose en el falaz (mentiroso) y supuesto derecho de la mujer a disponer de su cuerpo, a costa del asesinato del hijo que lleva con ella (ya que esto es exactamente lo que sucede con el aborto, si lo pronunciamos con todas sus letras; no es la madre disponiendo sobre su cuerpo sino sobre la vida de su hijo), llegaremos a la misma conclusión: no hay límite para la crueldad, cuando el corazón se aleja o se esconde de Dios...
 
Sin llegar a tanto, quizás con pequeñas rencillas, con peleas de pasillo, con miradas cruzadas en las que no crece el amor sino todo lo contrario, en revanchas o venganzas con las que nos plantamos ante cualquiera que nos parece que nos han herido en algo, también nosotros, aunque sea de una manera mucho más disimulada, le damos espacio, en mayor o en menor medida, a la crueldad que puede anidar en un corazón humano. Por eso, la advertencia que Jesús no plantea hoy en el Evangelio, vale no sólo para los terroristas y para los que agreden con las armas de la muerte, sino para todos...
 
Cenizas2. SI NO NOS CONVERTIMOS, VAMOS A ACABAR TODOS DE LA MISMA MANERA... Todas las crueldades (las grandes, como las del terrorismo y las de la guerra exterminadora, las que son consecuencia de la venganza y las que ejecutan la justicia por mano propia, las crueldades provocadas por la acumulación injusta de la riqueza y las que hunden sus raíces en una pobreza que se viste de venganza), así como también las que podemos considerar más chicas (como esas que sólo hieren al vecino de mesa o de banco, al compañero de trabajo o de colectivo, al familiar y al amigo), son posibles cuando nuestros corazones se alejan de Dios...
 
Por eso Jesús hoy nos exhorta con vehemencia a la conversión. Esa conversión que consiste en dar totalmente vuelta el corazón hacia el otro lado, cambiar totalmente de rumbo, girar 180 grados (no 360 grados, porque quedaríamos en el mismo lugar...), y caminar en otra dirección. Viendo lo que hace posible la crueldad y la maldad, sabemos que la conversión nos llama a responder con amor al odio y al dolor, a responder a la muerte con la decisión de darlo todo para defender la vida digna de todos, en todos lados y en todo momento...
 
Y en esto no hay exentos o privilegiados. Unos más y otros menos, unos en unas cosas y otros en otras, pero todos tenemos que cambiar en algo, volviendo nuestro corazón hacia Dios, para llenarlo más de su amor. Y en eso consiste precisamente la conversión. La foto que vemos al lado, corresponde a una sobreviviente del ataque a las torres de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Pero me parece que es además una buena imagen de lo que será de nosotros, si no nos convertimos al amor de Dios. Si no nos convertimos, vamos a terminar todos "cubiertos de polvo" (que es de donde hemos salido), vamos a quedar "paralizados" como estatuas de piedra, o de sal, pero no podremos llegar al Cielo, el lugar de Paz y de Amor que Dios nos ha preparado y al que nos ha invitado, para el que es necesario hacerse capaces del amor, a través de una intensa y continua conversión...
 
La hora3. EL TIEMPO PARA DAR BUENOS FRUTOS ES PARA CADA UNO EL QUE DURA LA PROPIA VIDA... En todo caso, el tiempo apremia. La Cuaresma es un tiempo especial de conversión, que nos prepara a la celebración del triunfo del amor de Dios sobre el odio que quiso expulsarlo del mundo clavándolo en una Cruz, es decir, a la celebración del triunfo de la Resurrección y de la vida sobre la muerte en la próxima Pascua, el 11 de abril...
 
No hay que perder el tiempo, este el momento para que nuestro corazón se abra más intensamente y con más decisión al amor de Dios. De todos modos, por mucho que hagamos, seguramente nos quedará algo todavía por hacer, para que crezca más en nosotros el amor de Dios. Pues bien, con la imagen de la higuera plantada en la viña del Señor, Jesús nos enseña que, en realidad, todo el tiempo que dura nuestra propia vida es el que tenemos en nuestras manos para convertirnos, y dar los buenos frutos a los que nos lleva el amor de Dios...
 
Ahora bien, ¿quién sabe cuánto durará su propia vida...? Por supuesto, nadie, ya que es algo entra dentro de los misteriosos designios de Dios. Por lo tanto, no hay tiempo que perder: Este es el tiempo propicio, esta es la hora, inaplazable, de la propia conversión...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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