Sólo hace falta recibirlo...

Queridos amigos: 

Esta fue mi predicación de hoy, 31 de octubre de 2004, Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:


Jeringas1. EN NUESTRO TIEMPO HAY MUCHAS COSAS QUE SON DESCARTABLES... Los diabéticos, por ejemplo, que tenemos que inyectarnos insulina todos los días, hace tiempo que nos hemos acostumbrado a las jeringas descartables. Ya nos parecen de otro siglo (y en realidad lo es, del pasado siglo XX), las jeringas de vidrio que teníamos que hervir, con sus agujas, y guardarlas con todo cuidado en cajas de metal para conservarlas esterilizadas...

Cada vez más, por otra parte, las bebidas y los alimentos vienen en envases descartables. Si pasamos por un lugar donde han estado reunidos algunos jóvenes en una noche de fiesta, podemos encontrarnos con latas de gaseosas, botellas de plástico, y otra cantidad de envases que han sido descartados después de ser vaciados. Hasta algunos aparatos electrónicos comienzan a ser descartables, ya que cuando se rompen puede salir tanto o a veces más caro arreglarlo que reemplazarlo por otro...

Autos descartablesEn las sociedades más desarrolladas hasta los autos resultan rápidamente descartables. Incluso en nuestra Argentina, hoy tan golpeada, unos años atrás había un plan del gobierno para renovar el parque automotor, que permitía desprenderse de los automóviles más antiguos, recibiendo a cambio un bono que debía utilizarse para comprar un auto nuevo...

Dedo acusadorA tanto llega esto, que en nuestro tiempo hasta las personas pueden ser fácilmente descartadas. A veces sucede simplemente porque se considera que ya no sirven. Esto es terrible, pero al mismo tiempo es un signo de nuestro tiempo. Parecería que no hay lugar, no hay espacio para los que no sirven, y a algunos se los arrincona en lugares alejados de la vista de todos (los ancianos en los geriátricos). Otros los descartamos o los excluimos nosotros con nuestro dedo acusador, con el que a veces señalamos de una manera inapelable a los que consideramos irredimibles, como si la salvación que viene de Dios no fuera para ellos. Hace poco decíamos, mirando a los políticos de nuestra patria de una manera un poco infantil y caprichosa: "que se vayan todos", como si se pudiera prescindir de ellos, y como si ellos no fueran parte de nuestra sociedad, de donde surgen...

Pero, en realidad, nada ni nadie es descartable tan fácilmente. Las Hermanitas de los Pobres nos los muestran cada día con el sostenimiento de sus Hogares, merced a la limosna de los bienhechores. Ellas reciben todo lo que les dan, heladeras que no funcionan, mesas sin patas, lo que sea, porque todo sirve, todo se puede arreglar, con amor y buena voluntad. Aquí en el Hogar Marín las Hermanitas juntan, entre otras cosas, los diarios viejos, y las botellas descartables, y cambiándolos por dinero, los ponen al servicio del sostenimiento de esta casa, para el bien de todos los ancianos residentes...

Y Jesús nos enseña hoy que tampoco las personas son descartables, ya que Él pacientemente quiere rescatar a todos, hasta a Zaqueo, jefe de los publicanos, que hacían trampa con los impuestos...

Zaqueo2. JESÚS QUIERE LLEGAR A TODOS CON SU SALVACIÓN. SÓLO HACE FALTA RECIBIRLO EN CASA...Dios lo puede todo, y por eso no necesita reaccionar con prepotencia ante el mal que todos, en mayor o menor medida, a veces hacemos. La omnipotencia de Dios se pone en evidencia con su indulgencia, sin necesidad de estridencias. Que sea Zaqueo, un jefe de publicanos, es decir, un jefe de recaudadores de impuestos, que había pagado a los romanos para adquirir este puesto, y que se aprovechaba de su función en beneficio propio, explotando a sus conciudadanos,  nos pone en evidencia que no hay límites para la indulgencia de Dios, ya que para Dios no hay excluidos...

Pero hay algo que tenemos que hacer nosotros para abrirnos a su misericordia. Zaqueo tuvo que subirse a un árbol para poder verlo cuando Jesús pasaba por allí, porque era de baja estatura. Nosotros quizás lo que tenemos que hacer es subirnos por encima de nuestra chatura, que nos hace vivir sólo al ras del piso. Elevándonos un poco, seguro que podremos ver a Jesús, que quiere llegar a nuestra casa, como lo hizo a la de Zaqueo, y como quiere hacerlo con todos. Su misericordia no tiene límites, no hay nadie a quien Dios descarte de antemano, pero es necesario salir al encuentro de Jesús, para que Él llegue con su salvación y alegre nuestra casa...
 
Llave del corazónSin embargo, no basta con verlo a Jesús. Además es necesario bajarse, para poder recibirlo cuando viene con su salvación. Zaqueo tuvo que bajarse del árbol, para recibirlo en su casa. Nosotros quizás tenemos que bajarnos de nuestro orgullo, de nuestra soberbia, de nuestra autosuficiencia, de nuestra pretendida perfección, para recibirlo en nuestro corazón, que es donde Jesús puede sembrar su misericordia. Recordando siempre que sólo nosotros tenemos la llave de nuestro corazón, cuya puerta sólo tiene manija del lado de adentro. Jesús, que lo puede todo, sin embargo no actúa en esto con prepotencia. Su indulgencia, en cambio, nos pide permiso y reclama nuestra aceptación, para llegar a nosotros con su salvación. Cuando Jesús entra en nuestro corazón, con él llega la salvación, y enseguida nos damos cuenta, porque se manifiesta en la alegría, se nos levanta el ánimo...

Isidro3. CUANDO LA SALVACIÓN DE JESÚS LLEGA A NUESTRA CASA, SE NOS ABREN EL CORAZÓN Y LAS MANOS... Cuando la salvación ha llegado a nuestro corazón, sus signos se hacen ver enseguida. Con la alegría que viene de la misericordia recibida, el corazón se ensancha, y comienza a palpitar con la frecuencia que Dios le imprime. El corazón abierto por la misericordia de Dios, enseguida abre también nuestras manos, que comienzan a hacerse instrumentos de nuestro propio amor, que se manifiesta para el bien de nuestros hermanos...

Manos abiertasCuando nos llega la salvación que Jesús trae a nuestra casa, comenzamos a compartir, lo poco o lo mucho que somos y que tenemos. Y nuestra alegría llega a los demás con nuestra caridad, signo de salvación que contagiosamente se extiende a nuestro alrededor, con gestos de amor efectivos y duraderos...

Todos los voluntarios que ayudan en este Hogar nos lo muestran cada día. No los trae a esta casa una especie de estoica decisión por la que deciden hacer más dura su vida, con la finalidad de cumplir lo que Dios les manda. Más bien vemos en sus actitudes la gratitud de los corazones que se saben bendecidos por la misericordia de Dios, e intentan devolver algo de lo mucho que han recibido. El mundo fraternal que quizás imaginemos en nuestros sueños, no será nunca el resultado de un esfuerzo sólo humano, sino la manifestación de la salvación que Jesús nos trae, que nos abre el corazón y las manos, para que con gratitud devolvamos, con la misma moneda, algo de todo lo que hemos recibido...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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